Empezó y acabó la décima en un santiamén. Año tras año, hasta cumplir 10 floridas y a veces frías, primaveras, que se dice pronto, estos incombustibles peregrinos han completado el circulo mágico de la década. Un circulo que no cierra una etapa sino que abre horizontes hacia la continuidad infinita de la circunferencia, hacia el camino que no tiene fin. Cualquier excusa ha sido buena para apuntarse a las peregrinaciones con los padres agustinos, pero cualquier inconveniente no ha sido suficiente para dejar de ir, tal es la adicción que una vez experimentados, originan estos periplos.
En todo este tiempo se han fraguado lazos interpersonales surgidos allá por 2.010, cuando sin premeditación ni alevosía nació un proyecto de persistencia, un proyecto de vida, las peregrinaciones del San Agustín de Ceuta. Han sido 10, tan distintas como maravillosas, algunas descubridoras, unas más divertidas, otras bellísimas y alguna apasionante. Todas han servido para enriquecernos porque viajar te hace grande y peregrinar te hace mejor persona, te ayuda a ser mas tolerante, mas sabio. Conocer otras religiones, otras costumbres similares o muy distintas a la propia libera de prejuicios, sales de la zona de confort, de tus límites internos y vuelves con nuevas ideas, propósitos que harán mejor tu día a día.
Este colectivo, en contra de lo que muchos profanos piensan, es bastante heterogéneo, lo forman personas de muy diverso sentir. Es cierto que todos somos cristianos romanos católicos apostólicos, pero ahí se acaba la igualdad, el resto pertenece a la intimidad más estricta. De gente diversa se ha nutrido este grupo de 120 que en estos años han repetido o no experiencia, han participado en eventos o han dejado de hacerlo, han podido o no han querido frecuentar las actividades peregrinas, pero todos y cada una de ellos han dejado su impronta y su sentir en el resto, porque ser peregrino es algo especial, es caminar juntos y compartir una meta común que crea vínculos de por vida, un corazón que late al unísono compartiendo el alma. Aquí todos somos iguales, no importa el trabajo, los estudios, ni la cuenta bancaria, no importa de donde vengas ni porque vienes. Vienes y ya está. Cuando andas por esos mundos de Dios el tiempo se detiene, no miras el reloj, caminas despacio disfrutando del paisaje y sobre todo de la compañía, solo la tripa te indica si es hora de comer o de tomarse un café, el cansancio marca el descanso. Importa el presente, no el futuro ni lo pasado, que pasado está.
Si hay algo que siempre aprecio dentro del grupo es el enorme respeto, la flexibilidad, la intimidad, la compatibilidad y la vitalidad. Ese enorme respeto que converge en todos es lo que nos hace disfrutar tanto de la experiencia. Después de diez años, hemos descubierto que no existe el compañero de viaje ideal, pero si que nos hemos acostumbrado a estos acompañantes, estamos cómodos, estamos felices del reencuentro anual tan esperado.
La de 2019 ha sido muy cortita, un "finde largo pero muy aprovechao" aunque con truco, este año son dos, la de primavera a Centro Europa: Viena, Brno y Praga mientras que en el verano volveremos a Tierra Santa, con Jordania incluida. Y aunque la décima haya sido fugaz y ha sabido a muy poco, no importa porque la última siempre es la mejor porque disfrutamos cada momento.
Muchos ya habíamos pisado Viena, esa capital imperial que huele a tarta Sacher, que suena a valses de Strauss y que siente como suyas las lágrimas de la emperatriz rebelde, Isabel de Baviera, inmortalizada para siempre en la pantalla por Romy Schneider, la Sissi de nuestra infancia.
Desde el inmenso palacio Hofburg hasta la escondida iglesia de San Pedro donde descubrimos que los vieneses representan la Pasión de Cristo como nosotros los belenes en Navidad, desde la residencia imperial de verano, Schonbrunn, hasta la noria centenaria del Prater o al palacio más bonito de todos, el Belvedere, todo sigue en su sitio, todo guarda el encanto nostálgico de lo que fue y aún permanece, como Mozart, que a pesar de nacer en Salzburgo y no ser demasiado apreciado por los vieneses, aparece en cada esquina, en un cartel, en el escaparate de una tienda o en una pastelería. Viena es la capital de los Habsburgo, de aquel imperio Austrohúngaro que una vez dominó la Urbe, la novia barroca de Europa. Pocas ciudades del mundo pueden presumir de su pasado como lo hace Viena. Una capital que si la juzgas apresuradamente puede que hasta la veas sosa, pero desde luego no lo es.
Viajamos el 8 de abril desde Málaga vía Zúrich con la Swiss Air, para llegar sobre las 6 de la tarde a Viena. Algunos nos adelantamos el finde a la capital andaluza con el objetivo de darle una vuelta a los universitarios, de tal guisa que el domingo por la noche nos juntamos y nos fuimos a celebrar el cumple del mas grande a unas bodegas malagueñas donde el Quitapenas corrió en abundancia.
El lunes, tras un par de menús aéreos a base de quiche con queso y verduras, llegamos al aeropuerto vienés, allí nos esperaba la que sería nuestra guía durante estos escasos días de peregrinación, Hanna, no se si se escribe así, una chica joven, bajita, con gafas, felpa y una melena pelirroja que enseguida me recordó a mi querida amiga y peregrina Tere Cañones. Hanna, praguense de cuna, nos informó que aunque se defendía en este territorio, tendríamos un guía local al dia siguiente.
Un acogedor Hotel&Palais Strudlhof en los arrabales del centro nos aguardaba, total que soltar maletas, bajar a cenar y salir a patear Viena todo fue uno. Tomamos camino ya con la noche cerrada y la luna clara alumbrando la ruta. Poco gastan los austriacos en farolas, excepto el centro más céntrico y algunos edificios monumentales, el resto del alumbrado es bastante escasito. No hacía mucho frío, con un simple chaquetón fue suficiente para estos cuerpos ansiosos de estirar piernas y redescubrir la capital austriaca. Nuestro paseo nos llevó por la Liechtensteinstrabe hasta la Stephansplatz situada a unos 30 minutos a pie del hotel, pudimos contemplar el exterior de la impresionante catedral de San Esteban, Stephansdom, el símbolo religioso más importante de la capital, construida sobre los restos de una iglesia románica anterior dedicada a San Esteban de la que aún quedan trazas como la puerta de los Gigantes y las torres de los Paganos. De las dos torres góticas más altas, la Sur tiene 137 metros de altura, es la aguja de la catedral llamada Steffl que se puede ver casi desde cualquier punto de Viena, la Norte, la del Äguila se quedó a medio camino por culpa de los turcos. Se puede subir a ambas torres como comprobaríamos al día siguiente, a la más baja en ascensor, para la alta, más de 300 escalones. En el tejado de la catedral 250.000 azulejos verdes, amarillos, blancos y azules forman un colorido y geométrico zig-zag además del escudo austriaco con el águila bicéfala y el de Viena.
Continuamos paseando el centro y nos topamos con el reloj Anker, un reloj modernista con figuritas y música vienesa situado en la Hoher Markt, la plaza más antigua de la ciudad, utilizada como mercado y también para ejecutar a los malos en otros tiempos. Está instalado en un corredor que une dos edificios de oficinas que dan acceso al patio Anker. Tuvimos la suerte de verlo en acción, creo que dando las 10 de la noche. Cada hora, coincidiendo con las en punto, sale un personaje ilustre de Viena a saludar, entre ellos el emperador Marco Aurelio, Carlomagno, la emperatriz María Teresa de Austria, el duque Leopoldo, Maximiliano I de Habsburgo o Haydn. A las doce del mediodía se pasean todos.
Después fuimos vagabundeando por las calles a ver si encontrábamos algún lugar donde descansar piernas y tomar un vasito de agua o similar. Acabamos en un pub irlandés con una camarera con cara de vinagre y muy mala leche que más que ganar dinero tenia ganas de salir huyendo cuando nos vió entrar en tropel. Por supuesto nos hicimos los sordos-mudos-tontos y empezamos a pedir pivos, que es lo nuestro, echamos unas risas, descansamos un rato y volvimos a la calle. Camino del Palais donde nos alojábamos, fuimos tomando nota de los lugares que aún continuaban con ambiente para la noche siguiente a fin de no repetir con esta muchacha y es que como en la madre patria, en ningún sitio.
La mañana siguiente se presentó soleada y radiante, ahora si que nos daríamos la paliza para comprimir Viena en un día. Nos subimos al bus que nos dejó en el Ring, frente al palacio imperial de los Austrias, Hofburg. Esta ciudad es bastante manejable si te limitas al centro, una avenida, la Ringstrasse, la rodea por todas partes menos por una, el río y ocupa el lugar de las antiguas murallas defensivas que el emperador Francisco José se ocupó de echar abajo y rellenar espacios con edificios majestuosos, como la Ópera o estos gemelos donde ahora nos encontrábamos, el Museo de Ciencias Naturales y el Museo de Bellas Artes. Una estatua de la emperatriz María Teresa ocupa el centro de los jardines que los separan. Comenzábamos el día y la peregrinación con misa en San Pedro, el bus no entraba en el centro de la ciudad y Hanna estaba preocupada porque teníamos que atravesar todo el Hofburg andando, la forma mas directa de llegar a tiempo. No nos conocía aún y ya se barruntaba que no somos muy formales en guardar los tiempos. Como es lógico, llegamos tarde.
Cruzando la avenida ya estamos en palacio. Entramos por el portal de los Héroes construido en memoria de los caídos en la batalla de Leipzig a la plaza homónima, dos estatuas ecuestres enfrentadas, a la derecha el príncipe Eugenio de Saboya vencedor contra los turcos, a la izquierda el archiduque Carlos, héroe de las guerras napoleónicas.
Continuamos andando para entrar en otra plaza más pequeña, el Kaiser Francisco I de Austria y II del sacro Imperio vestido a la usanza romana nos contempla desde lo alto de su pedestal. Este emperador fue quien proclamó el Imperio Austriaco y dos años más tarde disolvió por decreto el Sacro Imperio Romano Germánico. De ahí el meneo de números ordinales detrás de su nombre.
La puerta que conduce al patio de los Suizos fue también marco de nuestras fotos.
Salimos del palacio a toda pastilla por la impresionante puerta de San Miguel, la cúpula de esta parte del palacio dicen que deja fascinados a los fotógrafos, cierto. Me pegué un buen rato intentando averiguar la mejor posición para captar parte de su belleza, pero como la foto de Javi, ninguna.
El ala de San Miguel se acabó de decorar en el XIX, consta de un portal central donde se aprecian 4 de los 12 trabajos de Hércules y en el ático alegorías sobre la justicia, la sabiduría y la potencia, todas estas esculturas dedicadas a personificar la fuerza de la dinastía de los Habsburgo.
Nos vamos a misa, saliendo del complejo palacio por la Michaelerplatz, siguiendo todo recto cambiamos de barrio, llegamos al de San Esteban, buscando la iglesia de San Pedro que está escondida en un callejón de la céntrica, peatonal y concurrida calle Graben, (cuneta en alemán), una cuneta que construyeron los romanos para proteger su Vindobona. Mientras Hanna se va a buscar al contacto que nos dará acceso al templo para celebrar, rondamos la calle descubriendo la magnífica "columna de la peste" dedicada a la Santísima Trinidad.
En 1679 la peste asolaba Viena y el emperador Leopoldo prometió la construcción del monumento al triunfo de la Fe sobre la muerte si cesaba la epidemia.
Entramos en San Pedro y nos quedamos fascinados, la iglesia barroca luce en toda su magnificencia y esplendor, pero lo que nos llama la atención de verdad son las capillas laterales, en ellas, lo que en principio pensamos eran belenes, son escenarios que nos cuentan la vida de Jesús, desde su nacimiento en Belén a la Resurrección. Al detalle. Precioso.
El padre David oficia la primera misa de esta peregrinación dando la bienvenida a todos y recordando a los que por una causa u otra tuvieron que quedarse en casa. Siempre acogedor, siempre cariñoso, como todos ellos. ¡Que afortunada me siento de pertenecer a este grupo!.
Acabada la Eucaristía y después de enterarnos de las incomodas vestiduras anudadas que lucían los curas, caminamos primero hacia la catedral y luego regresamos a Hofburg, ahora si que nos explicarán la historia del recinto y de sus habitantes, el problema es que no somos buenos turistas y estas cosas, pues casi que con alfileres mejor.
Me paro frente al escaparate de la pastelería Damel que me llama con canto de sirena, no me resisto y cruzo el umbral para, pasada la zona de venta, entrar y contemplar a través de los cristales de protección su taller pastelero. ¡Huele a gloria bendita!
Ya se nos ha incorporado el guía local, Pablo, un joven no tan joven con canas, cara de crío, acento argentino-uruguayo, poca paciencia y mucha labia, nos llevará todo el santo día con la lengua fuera.
Llegamos a Stephanplazt, Hanna aconseja bajar al metro para una necesaria parada técnica, son los aseos más cercanos. Accedemos a una catedral que rebosa de público por la puerta más antigua, la de los Gigantes, el pórtico románico flanqueado por las torres gemelas de los Paganos.
La penumbra en la que se sume el interior de la Stephansdom solo me permite apreciar una lluvia de pedruscos rosa fucsia que no se lo que significan porque el folleto explicativo está en alemán, así que voy a dar una vuelta a mi aire a ver si encuentro las partes nobles de la catedral y luego las busco en la red para conocerla algo mejor. No llevamos incluida ninguna de las zonas que se pagan y tiene su razón: hay colas multitudinarias para subir a las torres, bajar a la cripta o visitar el tesoro, imposible si queremos aprovechar la mañana. Disponemos de unos 15 minutos para explorar el interior.
El corazón barroco de Viena resulta que es gótico aunque por dentro, su decoración, incluido el órgano de piedra que late en su interior desde hace ocho siglos, si que lo es. En el corredor izquierdo encuentro el motivo de las piedras flotantes rosas, un foco de luz incide sobre ellas dándole el llamativo tono. Continúo y veo la puerta que lleva al ascensor de la torre Norte, la "bajita", donde pende la campana más famosa de las 13 que tañen en la catedral, Pummerin, fundida con el hierro de los cañones que abandonaron los turcos en su huida, destrozada en un incendio y vuelta a fundir por obra y gracia de los vieneses. Pesa más de 20 toneladas y solo suena en ocasiones especiales.
En la distancia, porque para acceder al centro de la iglesia y al altar mayor hay que pasar por caja, pude observar el púlpito de piedra donde se encuentra "el mirón", el maestro Pilgram talló su última y magnífica obra en el epílogo del gótico flamígero y dejó su autorretrato debajo de la escalera.
También en la distancia, y es una pena, el pentaptychon del coro de la Virgen o altar de Federico, un precioso retablo sobre un altar portátil dedicado a la Virgen María que el Kaiser Federico regaló a la abadía cisterciense de Neukloster. Al otro lado de la nave central, el sarcófago de mármol rosado del emperador Federico III.
Para saber mas del retablo: coro de la Virgen
para saber mas de la catedral de Viena:http://www.stephanskirche.at/
Volvemos a Hofburg, el palacio de invierno de los Austrias comenzó a edificarse en el s. XII una gran fortaleza para protegerse de los turcos de la que hoy no queda nada. Cuando los Habsburgo lo ocuparon, cada generación lo reformó, lo amplió y embelleció con lo que estuvieron con el letrero de "en obras" hasta principios del siglo XX. Consta, además de los aposentos imperiales, de diversos museos, la Biblioteca Nacional, la Escuela de Equitación Española, el Tesoro Imperial, la Capilla de la Corte donde aprenden los niños cantores etc, etc y un largo etc.
La puerta de San Miguel anda mas animada, unos cuantos coches de caballos esperan clientela para pasear el centro.
Esperamos en la plaza del kaiser Franz I a que Pablo compre las entradas para visitar parte de este enorme batiburrillo de edificios de distintos estilos y datas que conforman Hofburg, nos cruzamos con un grupo militares con traje de faena andan por aquí de visita.
Subimos a los apartamentos imperiales para conocer más de cerca el mito de la emperatriz Isabel, en mi modesta opinión los austriacos le tienen un marketing a la señora impresionante. No dejan hacer fotos, política de empresa.
Una joven nacida en pleno siglo XIX en Baviera, criada en el campo en el seno de una familia emparentada con la realeza, con la mala suerte que su primo, un jovencísimo emperador Francisco José, se encaprichó de la belleza y rebeldía de la adolescente y se casaron, ella con 16, el con 21.Consecuencias, las esperadas, no fueron felices ni comieron perdices. Sissi se dedicó a criar a sus hijos (cuando la suegra la dejaba), a vivir y dejar vivir a su marido dedicado a labores de emperador absolutista. Tras la muerte de su primogénita y para curar la depresión, profundamente arraigada en su vida, viajaba bajo una identidad falsa, casi sin compañía y sin escolta, en un cómodo vagón de tren del que vimos una replica, hasta que la asesinaron. Tampoco fueron muy afortunados sus descendientes, sobre todo el sucesor dinástico que apareció muerto a los 30 años en la cama, junto a una señorita de dudosa reputación muy jovencita.
En el museo de Sissi y en los aposentos imperiales se pueden ver algunos objetos personales, joyas, parasoles, abanicos, guantes, zapatos (gastaba un 41), su botiquín de viaje con la jeringa de cocaína, pelucas con los peinados que lucía a menudo, muebles, aparatos de gimnasia y vestidos, algunos preciosos. Las estrellas cuajadas de diamantes que luce en el pelo en uno de sus retratos mas famosos se han convertido en el souvenir por excelencia de este museo. Me llamó mucho la atención un vestido blanco con bordados en verde y amarillo que llevó en el baile de vísperas de su boda. En la estola aparecen motivos orientales junto a una insignia de sultán y las letras en árabe que dicen: " ¡Oh Señor! que sueño mas bonito".
Muy llamativo también el de la coronación en Hungría, confeccionado en París y el abrigo que llevaba cuando la mataron en Ginebra, negro, luto que vestía desde la muerte de su hijo Rodolfo.
Los cuadros que exponen en el museo muestran siempre a una Sissi joven, delgada, hermosa y llena de vida, dicen que llegada una edad no quiso que la retrataran más pues era sumamente presumida.
Tras esta visita, que después de todo no estuvo tan mal, vuelta al Ring saliendo por la plaza de los Héroes. El bus nos lleva a dar un paseo panorámico. Vamos bordeando el anillo para salir del centro histórico y echar un vistazo a la zona de la ONU, altas construcciones de hierro y cristal, cruzamos el Danubio, vemos de lejos la iglesia de San Francisco una preciosidad de tejados rojos, Y la de San Carlos Borromeo con sus columnas trajanas, le dijimos hola y adiós a la noria que continúa en el Prater hasta que paramos en un barrio muy peculiar, las casas Hundertwasserhaus.
Dicen que recuerdan a las de Gaudí (ya quisieran, ya). Son obra de un iluminado que probablemente se inspiró en el catalán-español para decorar la fachada de este bloque de pisos y le aplaudieron la idea. En frente, un pequeño centro comercial, Hundertwasser Village, dedicado a los turistas para comprar souvenirs y echarse una cervecita al body. Fue lo que hicimos, claro, bueno, también compré unas bolas para el árbol de navidad muy vienesas y unos lápices con bolita de cristal swarovski.
Creo que fue aquí donde Mari Jose se torció el pie. ¡vaya mala pata! estuvo todo el tiempo aguantando como una campeona aunque el viaje se lo dió el dichoso tobillo.
Ya era hora de almorzar, los estómagos rugían como leones y de camino al restaurante hicimos una parada de bajar y subir en el Belvedere, uno de los palacios más bonitos de Viena.
El Schloss Belvedere fue construido como palacio de verano y fiestorros para el príncipe Eugenio de Saboya justo delante de las puertas de la ciudad. Además de ser un gran militar y héroe de la patria, Eugenio era un gran aficionado al arte. Tras su muerte, el palacio pasó a manos de la emperatriz María Teresa y luego se dedicó a pinacoteca. Hoy día alberga la colección del pintor austriaco más conocido, Klimt y sus obras más famosas, El Beso y Judith. El estanque delante del edificio hace las veces de espejo. Precioso. Si te gustan las pinacotecas, y sobre todo el barroco, hay que visitarlo.
Para saber mas de este magnífico palacio:BELVEDERE WEB
Y ahora si que nos fuimos a comer a un restaurante típico vienés: el Mullerbeisl en la Johannesgasse. El bus paró justo en el Kursalon, el edificio dedicado a Johann Strauss, el rey del vals y claro a mi me dió por empezar a calentar a la peña conque si no nos íbamos a ir de Viena sin echarnos un bailecito. El Kursalon en su origen se utilizó como sala de curas hidroterápicas pero el poder de la música fue enorme y un año más tarde de su inauguración Strauss estaba dando aquí su primer concierto.
Después de comer, otro palacio, la residencia de verano de los Austrias, Schonbrunn, situada en pleno campo, aunque eso era entonces, ahora está a un par de estaciones de metro. Fue concebido como pabellón de caza y acabó como residencia imperial veraniega, la culpa la tuvieron los turcos que lo destruyeron y cuando lo volvieron a reconstruir se decidió ampliar unos metros, al estilo Versalles, y pintar la fachada de "amarillo Schonbrunn" que llegó a ser el color dominante en las construcciones de los Habsburgo. Para nosotros, después de haber estado todo el dia visitando elegantes habitaciones imperiales, nos sobraban las escaleras, los gabinetes, los salones chinos, los comedores, dormitorios, los baños imperiales y este tipo de milongas.
Más nos apetecía salir al sol de la tarde para recorrer los magníficos jardines de Schonbrunn. Estos si, es lo que de verdad merece la pena conocer en esta residencia. Como curiosidad, en el jardín se encuentra el zoo más antiguo del mundo, un entretenido laberinto y la casa de las palmeras.
Dejo enlace a la web del palacio donde se puede hacer un tour virtual tanto por el palacio como por el jardín, picando en : palacio Schonbrunn
Ya era hora de regresar al hotel, aunque claro, los de siempre no habíamos tenido aun bastante, asi que pactamos con Hanna que nos acercaran al Prater que ya volveriamos por nuestra cuenta a casita.
Así que allá fuimos a disfrutar de las espectaculares vistas de la Riesenrad, la noria centenaria de Viena. En el vestíbulo, dentro de vagonetas rojas ya desechadas, se muestran algunas maquetas muy curiosas de la city, incluidas la del incendio.
Esta experiencia es bastante aconsejable para todo tipo de público ya que a pesar de la altura, no da vértigo pues son vagonetas bien grandes, tamaño bus, el giro dura unos 15-20 minutos, a penas te das cuenta del movimiento y se ve toda Viena.
Del Prater, ni cortos ni perezosos nos fuimos al centro en metro. Ayudados por la tecnología que es maravillosa, conseguimos averiguar, tras pelearnos un buen rato con el dispensador de billetes, como sacar los tickets y en qué dirección ir para llegar a Opera. Una vez todo decidido y en el pasillo subterráneo donde debíamos optar por una de las dos líneas de metro, a nuestra Carmen se le ocurre preguntar a un poli que andaba por allí, y nos dió instrucciones totalmente distintas. Lo mismo el muchacho no se enteró de nada y contestó lo primero que le vino a la mente. El caso es que seguimos con los planes preconcebidos y llegamos a Opera en un pis-pas, no sin antes habernos achuchado y estrujado bien, el tren iba repletito, hasta la bandera.
Un buen paseo comenzando en el edificio de la Ópera nos llevó por el hotel Sacher, el de la tarta famosa, lo malo es que ya no eran horas de merendar, sino casi de cenar y como nos demoramos disfrutando la calle, no llegábamos al hotel, así que comenzamos a buscar restaurante, difícil a estas horas, todo estaba de bote en bote. Al final llegamos a una plazoleta en el barrio judío con una terraza bastante animada, había alguna mesa aquí y allí libre y decidimos quedarnos. Beer Paradise, el paraíso de la cerveza, eso sí que sonaba bien, no lo pensamos, aquí mismo. Esta vez el camarero sí que era agradable y le iba la marcha, comprendió que había negocio y nos hizo sitio, tuvimos que dividirnos para acomodarnos todos, pero vamos, lo mismo es que es lo mismo. Cenamos como reyes. Lo mejor, sus 12 grifos de cerveza.
Las tablas de carne, los escalopes, los goulash y las costillas volaban por la barra junto a las birras y para redondear la noche, encima estuvo muy bien de precio.
Tras una muy buena cena continuamos paseo, a mi se me antojó un helado vienés de chocolate, menos mal que a unos metros estaba la heladería de la plaza vieja, donde el reloj Anker, cuanto más comes, más quieres. Luego ya si que fuimos, camino del hotel, a conocer la iglesia Votiva, cerrada a estas horas pero con buena iluminación y una decoración exterior, con sus dos altas torres gemelas, muy bonita. La construyeron en el lugar donde el emperador Francisco José sufrió un atentado y la estrenaron el día que celebraba sus bodas de plata con Sissi. Dentro, en el altar de la Virgen de Guadalupe, guardan la vela Bárbara, de 4 metros de alto y 3 de ancho que si la encendieran duraría 100 años. Este altar lo mandó construir el emperador de México, Maximiliano, hermano de Francisco José. Juana si que buscó hueco al dia siguiente para conocerla por dentro.
Y hasta aquí llegó el día para los más marmotas que nos fuimos reventados a planchar la oreja, ya estaba bien por hoy. El resto se quedaron de copas en el Jonas Reindl, frente a la iglesia y aparecieron al rato.
Somos exagerados los españolitos, y sobre todo si además somos caballas, nos gusta disfrutar de la comida y de los amigos.
Las fotos de Viena: fotos de VienaMuchos ya habíamos pisado Viena, esa capital imperial que huele a tarta Sacher, que suena a valses de Strauss y que siente como suyas las lágrimas de la emperatriz rebelde, Isabel de Baviera, inmortalizada para siempre en la pantalla por Romy Schneider, la Sissi de nuestra infancia.
Desde el inmenso palacio Hofburg hasta la escondida iglesia de San Pedro donde descubrimos que los vieneses representan la Pasión de Cristo como nosotros los belenes en Navidad, desde la residencia imperial de verano, Schonbrunn, hasta la noria centenaria del Prater o al palacio más bonito de todos, el Belvedere, todo sigue en su sitio, todo guarda el encanto nostálgico de lo que fue y aún permanece, como Mozart, que a pesar de nacer en Salzburgo y no ser demasiado apreciado por los vieneses, aparece en cada esquina, en un cartel, en el escaparate de una tienda o en una pastelería. Viena es la capital de los Habsburgo, de aquel imperio Austrohúngaro que una vez dominó la Urbe, la novia barroca de Europa. Pocas ciudades del mundo pueden presumir de su pasado como lo hace Viena. Una capital que si la juzgas apresuradamente puede que hasta la veas sosa, pero desde luego no lo es.
Viajamos el 8 de abril desde Málaga vía Zúrich con la Swiss Air, para llegar sobre las 6 de la tarde a Viena. Algunos nos adelantamos el finde a la capital andaluza con el objetivo de darle una vuelta a los universitarios, de tal guisa que el domingo por la noche nos juntamos y nos fuimos a celebrar el cumple del mas grande a unas bodegas malagueñas donde el Quitapenas corrió en abundancia.
Un acogedor Hotel&Palais Strudlhof en los arrabales del centro nos aguardaba, total que soltar maletas, bajar a cenar y salir a patear Viena todo fue uno. Tomamos camino ya con la noche cerrada y la luna clara alumbrando la ruta. Poco gastan los austriacos en farolas, excepto el centro más céntrico y algunos edificios monumentales, el resto del alumbrado es bastante escasito. No hacía mucho frío, con un simple chaquetón fue suficiente para estos cuerpos ansiosos de estirar piernas y redescubrir la capital austriaca. Nuestro paseo nos llevó por la Liechtensteinstrabe hasta la Stephansplatz situada a unos 30 minutos a pie del hotel, pudimos contemplar el exterior de la impresionante catedral de San Esteban, Stephansdom, el símbolo religioso más importante de la capital, construida sobre los restos de una iglesia románica anterior dedicada a San Esteban de la que aún quedan trazas como la puerta de los Gigantes y las torres de los Paganos. De las dos torres góticas más altas, la Sur tiene 137 metros de altura, es la aguja de la catedral llamada Steffl que se puede ver casi desde cualquier punto de Viena, la Norte, la del Äguila se quedó a medio camino por culpa de los turcos. Se puede subir a ambas torres como comprobaríamos al día siguiente, a la más baja en ascensor, para la alta, más de 300 escalones. En el tejado de la catedral 250.000 azulejos verdes, amarillos, blancos y azules forman un colorido y geométrico zig-zag además del escudo austriaco con el águila bicéfala y el de Viena.
reloj Anker (fuente internet) |
Continuamos paseando el centro y nos topamos con el reloj Anker, un reloj modernista con figuritas y música vienesa situado en la Hoher Markt, la plaza más antigua de la ciudad, utilizada como mercado y también para ejecutar a los malos en otros tiempos. Está instalado en un corredor que une dos edificios de oficinas que dan acceso al patio Anker. Tuvimos la suerte de verlo en acción, creo que dando las 10 de la noche. Cada hora, coincidiendo con las en punto, sale un personaje ilustre de Viena a saludar, entre ellos el emperador Marco Aurelio, Carlomagno, la emperatriz María Teresa de Austria, el duque Leopoldo, Maximiliano I de Habsburgo o Haydn. A las doce del mediodía se pasean todos.
Después fuimos vagabundeando por las calles a ver si encontrábamos algún lugar donde descansar piernas y tomar un vasito de agua o similar. Acabamos en un pub irlandés con una camarera con cara de vinagre y muy mala leche que más que ganar dinero tenia ganas de salir huyendo cuando nos vió entrar en tropel. Por supuesto nos hicimos los sordos-mudos-tontos y empezamos a pedir pivos, que es lo nuestro, echamos unas risas, descansamos un rato y volvimos a la calle. Camino del Palais donde nos alojábamos, fuimos tomando nota de los lugares que aún continuaban con ambiente para la noche siguiente a fin de no repetir con esta muchacha y es que como en la madre patria, en ningún sitio.
La mañana siguiente se presentó soleada y radiante, ahora si que nos daríamos la paliza para comprimir Viena en un día. Nos subimos al bus que nos dejó en el Ring, frente al palacio imperial de los Austrias, Hofburg. Esta ciudad es bastante manejable si te limitas al centro, una avenida, la Ringstrasse, la rodea por todas partes menos por una, el río y ocupa el lugar de las antiguas murallas defensivas que el emperador Francisco José se ocupó de echar abajo y rellenar espacios con edificios majestuosos, como la Ópera o estos gemelos donde ahora nos encontrábamos, el Museo de Ciencias Naturales y el Museo de Bellas Artes. Una estatua de la emperatriz María Teresa ocupa el centro de los jardines que los separan. Comenzábamos el día y la peregrinación con misa en San Pedro, el bus no entraba en el centro de la ciudad y Hanna estaba preocupada porque teníamos que atravesar todo el Hofburg andando, la forma mas directa de llegar a tiempo. No nos conocía aún y ya se barruntaba que no somos muy formales en guardar los tiempos. Como es lógico, llegamos tarde.
Cruzando la avenida ya estamos en palacio. Entramos por el portal de los Héroes construido en memoria de los caídos en la batalla de Leipzig a la plaza homónima, dos estatuas ecuestres enfrentadas, a la derecha el príncipe Eugenio de Saboya vencedor contra los turcos, a la izquierda el archiduque Carlos, héroe de las guerras napoleónicas.
Continuamos andando para entrar en otra plaza más pequeña, el Kaiser Francisco I de Austria y II del sacro Imperio vestido a la usanza romana nos contempla desde lo alto de su pedestal. Este emperador fue quien proclamó el Imperio Austriaco y dos años más tarde disolvió por decreto el Sacro Imperio Romano Germánico. De ahí el meneo de números ordinales detrás de su nombre.
La puerta que conduce al patio de los Suizos fue también marco de nuestras fotos.
Salimos del palacio a toda pastilla por la impresionante puerta de San Miguel, la cúpula de esta parte del palacio dicen que deja fascinados a los fotógrafos, cierto. Me pegué un buen rato intentando averiguar la mejor posición para captar parte de su belleza, pero como la foto de Javi, ninguna.
El ala de San Miguel se acabó de decorar en el XIX, consta de un portal central donde se aprecian 4 de los 12 trabajos de Hércules y en el ático alegorías sobre la justicia, la sabiduría y la potencia, todas estas esculturas dedicadas a personificar la fuerza de la dinastía de los Habsburgo.
Nos vamos a misa, saliendo del complejo palacio por la Michaelerplatz, siguiendo todo recto cambiamos de barrio, llegamos al de San Esteban, buscando la iglesia de San Pedro que está escondida en un callejón de la céntrica, peatonal y concurrida calle Graben, (cuneta en alemán), una cuneta que construyeron los romanos para proteger su Vindobona. Mientras Hanna se va a buscar al contacto que nos dará acceso al templo para celebrar, rondamos la calle descubriendo la magnífica "columna de la peste" dedicada a la Santísima Trinidad.
En 1679 la peste asolaba Viena y el emperador Leopoldo prometió la construcción del monumento al triunfo de la Fe sobre la muerte si cesaba la epidemia.
Entramos en San Pedro y nos quedamos fascinados, la iglesia barroca luce en toda su magnificencia y esplendor, pero lo que nos llama la atención de verdad son las capillas laterales, en ellas, lo que en principio pensamos eran belenes, son escenarios que nos cuentan la vida de Jesús, desde su nacimiento en Belén a la Resurrección. Al detalle. Precioso.
El padre David oficia la primera misa de esta peregrinación dando la bienvenida a todos y recordando a los que por una causa u otra tuvieron que quedarse en casa. Siempre acogedor, siempre cariñoso, como todos ellos. ¡Que afortunada me siento de pertenecer a este grupo!.
Acabada la Eucaristía y después de enterarnos de las incomodas vestiduras anudadas que lucían los curas, caminamos primero hacia la catedral y luego regresamos a Hofburg, ahora si que nos explicarán la historia del recinto y de sus habitantes, el problema es que no somos buenos turistas y estas cosas, pues casi que con alfileres mejor.
Me paro frente al escaparate de la pastelería Damel que me llama con canto de sirena, no me resisto y cruzo el umbral para, pasada la zona de venta, entrar y contemplar a través de los cristales de protección su taller pastelero. ¡Huele a gloria bendita!
Ya se nos ha incorporado el guía local, Pablo, un joven no tan joven con canas, cara de crío, acento argentino-uruguayo, poca paciencia y mucha labia, nos llevará todo el santo día con la lengua fuera.
Llegamos a Stephanplazt, Hanna aconseja bajar al metro para una necesaria parada técnica, son los aseos más cercanos. Accedemos a una catedral que rebosa de público por la puerta más antigua, la de los Gigantes, el pórtico románico flanqueado por las torres gemelas de los Paganos.
La penumbra en la que se sume el interior de la Stephansdom solo me permite apreciar una lluvia de pedruscos rosa fucsia que no se lo que significan porque el folleto explicativo está en alemán, así que voy a dar una vuelta a mi aire a ver si encuentro las partes nobles de la catedral y luego las busco en la red para conocerla algo mejor. No llevamos incluida ninguna de las zonas que se pagan y tiene su razón: hay colas multitudinarias para subir a las torres, bajar a la cripta o visitar el tesoro, imposible si queremos aprovechar la mañana. Disponemos de unos 15 minutos para explorar el interior.
El corazón barroco de Viena resulta que es gótico aunque por dentro, su decoración, incluido el órgano de piedra que late en su interior desde hace ocho siglos, si que lo es. En el corredor izquierdo encuentro el motivo de las piedras flotantes rosas, un foco de luz incide sobre ellas dándole el llamativo tono. Continúo y veo la puerta que lleva al ascensor de la torre Norte, la "bajita", donde pende la campana más famosa de las 13 que tañen en la catedral, Pummerin, fundida con el hierro de los cañones que abandonaron los turcos en su huida, destrozada en un incendio y vuelta a fundir por obra y gracia de los vieneses. Pesa más de 20 toneladas y solo suena en ocasiones especiales.
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En la distancia, porque para acceder al centro de la iglesia y al altar mayor hay que pasar por caja, pude observar el púlpito de piedra donde se encuentra "el mirón", el maestro Pilgram talló su última y magnífica obra en el epílogo del gótico flamígero y dejó su autorretrato debajo de la escalera.
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También en la distancia, y es una pena, el pentaptychon del coro de la Virgen o altar de Federico, un precioso retablo sobre un altar portátil dedicado a la Virgen María que el Kaiser Federico regaló a la abadía cisterciense de Neukloster. Al otro lado de la nave central, el sarcófago de mármol rosado del emperador Federico III.
Para saber mas del retablo: coro de la Virgen
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Volvemos a Hofburg, el palacio de invierno de los Austrias comenzó a edificarse en el s. XII una gran fortaleza para protegerse de los turcos de la que hoy no queda nada. Cuando los Habsburgo lo ocuparon, cada generación lo reformó, lo amplió y embelleció con lo que estuvieron con el letrero de "en obras" hasta principios del siglo XX. Consta, además de los aposentos imperiales, de diversos museos, la Biblioteca Nacional, la Escuela de Equitación Española, el Tesoro Imperial, la Capilla de la Corte donde aprenden los niños cantores etc, etc y un largo etc.
La puerta de San Miguel anda mas animada, unos cuantos coches de caballos esperan clientela para pasear el centro.
Esperamos en la plaza del kaiser Franz I a que Pablo compre las entradas para visitar parte de este enorme batiburrillo de edificios de distintos estilos y datas que conforman Hofburg, nos cruzamos con un grupo militares con traje de faena andan por aquí de visita.
Subimos a los apartamentos imperiales para conocer más de cerca el mito de la emperatriz Isabel, en mi modesta opinión los austriacos le tienen un marketing a la señora impresionante. No dejan hacer fotos, política de empresa.
Una joven nacida en pleno siglo XIX en Baviera, criada en el campo en el seno de una familia emparentada con la realeza, con la mala suerte que su primo, un jovencísimo emperador Francisco José, se encaprichó de la belleza y rebeldía de la adolescente y se casaron, ella con 16, el con 21.Consecuencias, las esperadas, no fueron felices ni comieron perdices. Sissi se dedicó a criar a sus hijos (cuando la suegra la dejaba), a vivir y dejar vivir a su marido dedicado a labores de emperador absolutista. Tras la muerte de su primogénita y para curar la depresión, profundamente arraigada en su vida, viajaba bajo una identidad falsa, casi sin compañía y sin escolta, en un cómodo vagón de tren del que vimos una replica, hasta que la asesinaron. Tampoco fueron muy afortunados sus descendientes, sobre todo el sucesor dinástico que apareció muerto a los 30 años en la cama, junto a una señorita de dudosa reputación muy jovencita.
En el museo de Sissi y en los aposentos imperiales se pueden ver algunos objetos personales, joyas, parasoles, abanicos, guantes, zapatos (gastaba un 41), su botiquín de viaje con la jeringa de cocaína, pelucas con los peinados que lucía a menudo, muebles, aparatos de gimnasia y vestidos, algunos preciosos. Las estrellas cuajadas de diamantes que luce en el pelo en uno de sus retratos mas famosos se han convertido en el souvenir por excelencia de este museo. Me llamó mucho la atención un vestido blanco con bordados en verde y amarillo que llevó en el baile de vísperas de su boda. En la estola aparecen motivos orientales junto a una insignia de sultán y las letras en árabe que dicen: " ¡Oh Señor! que sueño mas bonito".
Muy llamativo también el de la coronación en Hungría, confeccionado en París y el abrigo que llevaba cuando la mataron en Ginebra, negro, luto que vestía desde la muerte de su hijo Rodolfo.
Los cuadros que exponen en el museo muestran siempre a una Sissi joven, delgada, hermosa y llena de vida, dicen que llegada una edad no quiso que la retrataran más pues era sumamente presumida.
Tras esta visita, que después de todo no estuvo tan mal, vuelta al Ring saliendo por la plaza de los Héroes. El bus nos lleva a dar un paseo panorámico. Vamos bordeando el anillo para salir del centro histórico y echar un vistazo a la zona de la ONU, altas construcciones de hierro y cristal, cruzamos el Danubio, vemos de lejos la iglesia de San Francisco una preciosidad de tejados rojos, Y la de San Carlos Borromeo con sus columnas trajanas, le dijimos hola y adiós a la noria que continúa en el Prater hasta que paramos en un barrio muy peculiar, las casas Hundertwasserhaus.
Dicen que recuerdan a las de Gaudí (ya quisieran, ya). Son obra de un iluminado que probablemente se inspiró en el catalán-español para decorar la fachada de este bloque de pisos y le aplaudieron la idea. En frente, un pequeño centro comercial, Hundertwasser Village, dedicado a los turistas para comprar souvenirs y echarse una cervecita al body. Fue lo que hicimos, claro, bueno, también compré unas bolas para el árbol de navidad muy vienesas y unos lápices con bolita de cristal swarovski.
Creo que fue aquí donde Mari Jose se torció el pie. ¡vaya mala pata! estuvo todo el tiempo aguantando como una campeona aunque el viaje se lo dió el dichoso tobillo.
Ya era hora de almorzar, los estómagos rugían como leones y de camino al restaurante hicimos una parada de bajar y subir en el Belvedere, uno de los palacios más bonitos de Viena.
El Schloss Belvedere fue construido como palacio de verano y fiestorros para el príncipe Eugenio de Saboya justo delante de las puertas de la ciudad. Además de ser un gran militar y héroe de la patria, Eugenio era un gran aficionado al arte. Tras su muerte, el palacio pasó a manos de la emperatriz María Teresa y luego se dedicó a pinacoteca. Hoy día alberga la colección del pintor austriaco más conocido, Klimt y sus obras más famosas, El Beso y Judith. El estanque delante del edificio hace las veces de espejo. Precioso. Si te gustan las pinacotecas, y sobre todo el barroco, hay que visitarlo.
Para saber mas de este magnífico palacio:BELVEDERE WEB
Y ahora si que nos fuimos a comer a un restaurante típico vienés: el Mullerbeisl en la Johannesgasse. El bus paró justo en el Kursalon, el edificio dedicado a Johann Strauss, el rey del vals y claro a mi me dió por empezar a calentar a la peña conque si no nos íbamos a ir de Viena sin echarnos un bailecito. El Kursalon en su origen se utilizó como sala de curas hidroterápicas pero el poder de la música fue enorme y un año más tarde de su inauguración Strauss estaba dando aquí su primer concierto.
Después de comer, otro palacio, la residencia de verano de los Austrias, Schonbrunn, situada en pleno campo, aunque eso era entonces, ahora está a un par de estaciones de metro. Fue concebido como pabellón de caza y acabó como residencia imperial veraniega, la culpa la tuvieron los turcos que lo destruyeron y cuando lo volvieron a reconstruir se decidió ampliar unos metros, al estilo Versalles, y pintar la fachada de "amarillo Schonbrunn" que llegó a ser el color dominante en las construcciones de los Habsburgo. Para nosotros, después de haber estado todo el dia visitando elegantes habitaciones imperiales, nos sobraban las escaleras, los gabinetes, los salones chinos, los comedores, dormitorios, los baños imperiales y este tipo de milongas.
Más nos apetecía salir al sol de la tarde para recorrer los magníficos jardines de Schonbrunn. Estos si, es lo que de verdad merece la pena conocer en esta residencia. Como curiosidad, en el jardín se encuentra el zoo más antiguo del mundo, un entretenido laberinto y la casa de las palmeras.
Dejo enlace a la web del palacio donde se puede hacer un tour virtual tanto por el palacio como por el jardín, picando en : palacio Schonbrunn
Ya era hora de regresar al hotel, aunque claro, los de siempre no habíamos tenido aun bastante, asi que pactamos con Hanna que nos acercaran al Prater que ya volveriamos por nuestra cuenta a casita.
Así que allá fuimos a disfrutar de las espectaculares vistas de la Riesenrad, la noria centenaria de Viena. En el vestíbulo, dentro de vagonetas rojas ya desechadas, se muestran algunas maquetas muy curiosas de la city, incluidas la del incendio.
Esta experiencia es bastante aconsejable para todo tipo de público ya que a pesar de la altura, no da vértigo pues son vagonetas bien grandes, tamaño bus, el giro dura unos 15-20 minutos, a penas te das cuenta del movimiento y se ve toda Viena.
Del Prater, ni cortos ni perezosos nos fuimos al centro en metro. Ayudados por la tecnología que es maravillosa, conseguimos averiguar, tras pelearnos un buen rato con el dispensador de billetes, como sacar los tickets y en qué dirección ir para llegar a Opera. Una vez todo decidido y en el pasillo subterráneo donde debíamos optar por una de las dos líneas de metro, a nuestra Carmen se le ocurre preguntar a un poli que andaba por allí, y nos dió instrucciones totalmente distintas. Lo mismo el muchacho no se enteró de nada y contestó lo primero que le vino a la mente. El caso es que seguimos con los planes preconcebidos y llegamos a Opera en un pis-pas, no sin antes habernos achuchado y estrujado bien, el tren iba repletito, hasta la bandera.
Un buen paseo comenzando en el edificio de la Ópera nos llevó por el hotel Sacher, el de la tarta famosa, lo malo es que ya no eran horas de merendar, sino casi de cenar y como nos demoramos disfrutando la calle, no llegábamos al hotel, así que comenzamos a buscar restaurante, difícil a estas horas, todo estaba de bote en bote. Al final llegamos a una plazoleta en el barrio judío con una terraza bastante animada, había alguna mesa aquí y allí libre y decidimos quedarnos. Beer Paradise, el paraíso de la cerveza, eso sí que sonaba bien, no lo pensamos, aquí mismo. Esta vez el camarero sí que era agradable y le iba la marcha, comprendió que había negocio y nos hizo sitio, tuvimos que dividirnos para acomodarnos todos, pero vamos, lo mismo es que es lo mismo. Cenamos como reyes. Lo mejor, sus 12 grifos de cerveza.
Las tablas de carne, los escalopes, los goulash y las costillas volaban por la barra junto a las birras y para redondear la noche, encima estuvo muy bien de precio.
Tras una muy buena cena continuamos paseo, a mi se me antojó un helado vienés de chocolate, menos mal que a unos metros estaba la heladería de la plaza vieja, donde el reloj Anker, cuanto más comes, más quieres. Luego ya si que fuimos, camino del hotel, a conocer la iglesia Votiva, cerrada a estas horas pero con buena iluminación y una decoración exterior, con sus dos altas torres gemelas, muy bonita. La construyeron en el lugar donde el emperador Francisco José sufrió un atentado y la estrenaron el día que celebraba sus bodas de plata con Sissi. Dentro, en el altar de la Virgen de Guadalupe, guardan la vela Bárbara, de 4 metros de alto y 3 de ancho que si la encendieran duraría 100 años. Este altar lo mandó construir el emperador de México, Maximiliano, hermano de Francisco José. Juana si que buscó hueco al dia siguiente para conocerla por dentro.
Y hasta aquí llegó el día para los más marmotas que nos fuimos reventados a planchar la oreja, ya estaba bien por hoy. El resto se quedaron de copas en el Jonas Reindl, frente a la iglesia y aparecieron al rato.
Somos exagerados los españolitos, y sobre todo si además somos caballas, nos gusta disfrutar de la comida y de los amigos.
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