sábado, 25 de mayo de 2019

Centro Europa 2 peregrinos agustinos 2019. De Seegrotte a Melk.

Erase una vez un tranquilo pueblecito llamado Hinterbruhl localizado en los hermosos bosques de Viena, a  no más de 20 km de la capital. Sus habitantes vivían tranquilamente en un idílico entorno, de vez en cuando, gozaban de la compañía de algún ilustre visitante, como Beethoven o Schubert, que buscaban la tranquilidad del lugar para disfrutar los largos y sosegados veranos entre los parroquianos. Estos, en su inmensa mayoría, se ganaba el jornal trabajando el campo o en las cercanas minas de yeso, descubiertas por el molinero, un vecino que andaba perforando la tierra para construir un pozo. Hasta que un dia de 1.912, en una voladura rutinaria para buscar nuevas vetas del ya agotado  mineral, una enorme bolsa freática explotó y 20 millones de litros de agua remojaron las minas, dejando las galerías inferiores totalmente inundadas. La explotación tuvo que ser clausurada. Con el pasar del tiempo, aquello cayó en el olvido,  hasta que en los años 30, un grupo de espeleólogos recordaron la mina, bajaron y descubrieron un enorme lago subterráneo. Un emprendedor señor de negocios vienés pensó que aquel lugar sería una buena atracción turística, excavó un túnel para acceder a la mina, lo iluminó, fletó un bote eléctrico para pasear a los visitantes por el agua y colgó  el cartel de "se venden entradas". Cuando estalló el conflicto bélico de la Segunda Guerra Mundial, las minas fueron confiscadas por la Wehrmacht. Los nazis iban buscando un lugar a salvo de los bombardeos aliados y en este sólo necesitaban drenar  agua y echar hormigón al suelo, asi comenzaron a fabricar aviones Heinkel , los H162,  conocidos como "salamandra", el primer caza a reacción. Claro, también necesitaban mano de obra barata, estos lo tenían muy claro: salían de redada y volvían con los camiones a tope de prisioneros de guerra, así que unas 2.000 criaturas del campo de concentración de Mauthausen se ganaron aquí la gloria. En el 45 y antes de que llegaran los rusos, decidieron destruir la fábrica. Acabado el conflicto bélico, sus dueños volvieron a adecentarla y prepararla para el turismo y aquí estamos nosotros esta mañana, en la puerta, esperando turno para entrar a conocer este emblemático lugar que visitan unas 250.000 personas al año.



La mañana ha amanecido fresca y con amenaza de lluvia, de hecho, una ligera llovizna ya comienza a caer. Mientras Hanna va a comprar entradas y a preguntar cómo de "larga" es la visita para los "no caminantes", nos refugiamos en la cafetería anexa a la entrada.




Aún es temprano, faltan unos minutos para la hora concertada. Llega un grupo de alemanes que se nos unirán para el recorrido, llevaremos el mismo guia. Veo mantas para los turistas junto a las taquillas, aquí tiene que hacer frío en otra dimensión...
Nos ponemos en la cola, mi vista se tropieza  con un cartel de cine -¿que pinta esto aquí?- es de la película "Los tres mosqueteros" de Disney. Mmmm, escenarios exteriores, cruce de espadas y aventuras a demanda en el 92-93.


 Comienza la visita, vamos en fila india por un estrecho túnel  de menos de 2 metros de altura con paredes de ladrillo, no se ve el fin, solo vigas que marcan los tramos y soportes. El silencio reina en el grupo,  se escuchan nuestros pasos y alguna palabra susurrada. Tras unos 500 metros de adentrarnos en la montaña, los laterales se ensanchan,  se separan para formar una gran oquedad,  esto ya parece más una mina.



El guía viste un elegante uniforme de minero negro con botones dorados, aunque encima se ha echado una buena chaqueta para paliar la temperatura del recinto. Nos pide que le rodeemos y pulsa el ON de un reproductor que lleva incorporado. 





Una voz en OFF comienza a hablar en un perfecto español dándonos la bienvenida, explicandonos donde estamos (gruta), que se hacía allí (extraer yeso), para qué servía esa habitación (almorzar y descansar los mineros)y cual es la temperatura del recinto (9-12ºC dependiendo de la habitáculo). Acabando la grabación, repite de viva voz lo mismo en alemán para el otro grupo y continuamos andando. 



Un poco más adelante a ambos lados del pasillo central, en intersecciones de corredores u oquedades de las paredes, vemos expuestos diversos escenarios que muestran el dia dia del minero, la maquinaria, los aperos de trabajo, maniquíes que se afanan en sus tareas diversas y algunos caballos. Las bestias se quedaban ciegas, no salían del boquete en 20 años y claro, a la luz de las velas acababan por perder la vista.



Llegamos al "Lago Azul" aparece por vez primera el agua,  protagonista de esta historia. Es un espejo quieto en mitad de la gruta, los focos de colorines adornan la escena para que sea un poco más amena.

Además de la inundación,  6 manantiales vierten el líquido elemento constantemente a la cueva sin que haya sumidero natural por lo que todas las noches drenan unos 60.000 litros al exterior.

Otra vez se amplía el espacio, estamos en la capilla. Desde 1862 existe un pequeño altar que los mineros dedicaron a su patrona, Santa Bárbara y a las víctimas de la mina. Las letras G y A, son las iniciales de las palabras "Gluck Auf ", "Buena Suerte", en este mismo espacio vemos varios nichos marcados con lápidas donde están enterrados algunos mineros fallecidos dentro de la mina. Me llama la atención una fecha, 2.004 y unas flores, luego entenderé. Hubo un accidente en este año y murieron 5 turistas alemanes.




 Y llegamos a los restos de la fábrica de aviones. Los prisioneros trabajaron en turnos de 24 horas bajo la supervisión de trabajadores cualificados en los prototipos de aviones que se montaban y probaban en el aeropuerto de Viena, aquí se fabricaron sobre todo los fuselajes. Hay una maqueta expuesta y restos de algún aparato volador.



El último gran espacio, situado detrás de la capilla, es la galería de Santa Bárbara, el salón de las grandes celebraciones, con ocasión de  no recuerdo que aniversario, el Arzobispo de Viena celebró misa en este lugar a la que acudieron una 3000 personas incluidas las autoridades del país, los  Niños Cantores fueron la guinda del pastel con sus cantos y el ambiente lo pusieron los ramos de acebo y la única iluminación de las velas, desperdigadas por toda la cueva. También se celebran bodas. Bonita estampa.


Nos resta el crucero por el Seegrotte, el cénit de la excursión. Unas amplias escaleras descienden hasta el lago subterráneo, según presumen, el más grande de Europa, unos 6.200 metros cuadrados.
Y se nos perdió Fito. Estábamos en la cola esperando el Love Boat cuando le echamos de menos. A "grito pelao" empezamos a llamarle y no asomaba bigotes por ningún sitio. Carmen, que está en plena forma física, subió los 60 metros de escalera en un segundo y allí andaba el muchacho, descansando piernas en un incómodo banquito.




Una barcaza con proa de dragón flota junto al embarcadero, es lo que queda del atrezzo de la peli que rodaron hace unos cuantos años. Vamos a dar una vueltecita en la barca eléctrica. Los alemanes se nos han colado así que no cabemos todos, con lo que ya vamos mosqueteros.



Les decimos adiós a nuestros compañeros que quedan en el muelle y la oscuridad nos engulle, no se ve nada. Se van encendiendo algunas luces cuando detectan el movimiento de la barquita. El paseo no dura más de 10 minutos, es más bien sosito, volvemos a la casilla de salida.



Informamos al capitán que los españoles no desembarcamos, pretendemos que se bajen los alemanes y  suban nuestros compañeros. El pobre hombre temiendo el motín, consiente, con lo que volvemos a la singladura. Ahora sí, ahora estamos todos. En medio de esta navegación silenciosa comenzamos a cantar el "novio de la muerte", ya lo echaba yo de menos. Risas fiesta y aplausos para acabar este mágico paseo en la gruta subterránea.
Nos despedimos del amable guía y volvemos sobre nuestros pasos, hay que realizar el mismo recorrido para salir de Seegrotte. Un KitKat para café y subimos al bus destino Melk.


Menos de 100km distan de Seegrotte a Melk aunque tardamos más de una hora, creo que el conductor que nos llevó en esta peregrinación andaba un poco despistado. Estuvimos dando vueltas por Wachau, el valle vienes por excelencia, la imagen que Strauss veía en su mente cuando las musas le susurraron el Danubio azul. Un remanso de paz en la campiña austriaca, paisajes de viñedos de vinos blancos, extensos bosques y huertos de albaricoques, los "marillen", el oro anaranjado del Wachau.


Nos acercabamos a  Melk y la vimos: Majestuosa, bien plantada, amarilla dorada refulgente, lo mejor del barroco austriaco en lo alto de un risco a orillas del Danubio. Esa primera estampa en la distancia de la hermosa abadía sobre los tejados de las casas del pueblo y rodeada de árboles,  con sus torres barrocas apuntando al cielo, es una visión que se quedará prendida en la retina, nunca la olvidaré. Tenía muchísimas ganas de conocerla, fue asignatura pendiente en mi anterior visita a Austria allí por el final de los años 80. Otro tiempo, otra década, otra gente y sin embargo, la ilusión es la misma o más.


 Hanna, al igual que el conductor, tampoco andaba muy allá, era hora de comer y llevaba el móvil con el navegador puesto buscando el restaurante. Subimos una buena cuesta hasta lo alto del peñasco sobre el que se asienta la Stift y el móvil dijo que habíamos llegado al destino, a las puertas del cenobio estaba nuestro restaurante,  Stiftrestaurant Melk, el restaurante de la abadía, situado en el antiguo invernadero, L'Orangerie, como eran denominados finamente estos recintos en las postrimerías del XVIII. Algo queda de esto, limoneros y árboles frutales en el jardín.




En 1089 el rey Leopoldo II cedió a los monjes benedictinos un castillo en esta localización del que no queda rastro hoy día, además de tierras para el sostenimiento de la orden.  Los frailes lo adecuaron a sus necesidades espirituales y no tardaron mucho en convertirlo en un importante centro cultural con una afamada escuela además de su scriptorium. Hoy el instituto cuenta con unos 900 estudiantes, de la biblioteca hablaremos luego.

A pesar de la incómoda llovizna, aprovechamos el tiempo en explorar los dos pesados bastiones  que dan acceso al recinto, en el primero se podía subir en ascensor a la azotea que ofrece unas magníficas vistas del pueblo a pie del risco, también se ven los huertos, jardines, un pabellón cafetería y a las espaldas, la entrada principal del cenobio. En el segundo encontramos la tienda de recuerdos, las taquillas y otros servicios.



Está lloviendo y hace frío, aguardamos a la guía local que nos acompañará en este recorrido refugiados en el portón de entrada, una vez pasada la fachada principal flanqueada por San Pedro y san Pablo. Aquí se lee: Absit gloriari nisi in cruce («Pero lejos esté de mí el glorificarme sino es en la cruz, Gal.6.14»), que alude a la reliquia de la Veracruz conservada en la abadía. 



Es la sala dedicada a San Benito, en el techo unos frescos pintados en la bóveda, protegida por una rejilla representa al santo con un templo romano y una cruz alude al templo romano de Apolo donde san Benito edificó su monasterio en Monte Casino. (ampliando la imagen de arriba se ve el monte y la cruz)



 La plaza que reparte los edificios, llamada Patio del Prelado, ya nos anuncia la monumentalidad que vamos a conocer, es una plaza barroca, simétrica, con una fuente en el centro en la que destaca al fondo la cúpula de la iglesia.


 Habitualmente los estudiantes del centro hacen también de guías para practicar idiomas, no se si lo será la señorita que ha aparecido corriendo con un paraguas rojo en la mano y que nos va a acompañar al interior para mostrarnos esta joya del barroco europeo.
Ya han pasado casi dos meses, excusa suficiente para justificar mi olvido sobre el orden de la visita, intentaré al menos describir los Top que me dejaron con la boca abierta: el museo sacro, el salón de mármol rojo, la terraza-balconada, la biblioteca, las escaleras de caracol y la iglesia. No permitian fotos en los interiores una pena, pues está cuajado de verdaderas joyas del arte y la cultura europeas.



Comenzamos subiendo por la escalera del emperador decorada en tonos rosa, nata y vainilla, un pastelito que conduce al ala  imperial, lugar de la exposición. Es la zona de la abadía donde se alojaba la familia imperial cuando visitaba el monasterio.


El museo sacro comienza en una sala minimalista, ambientada con una luz azul de neón, que deja leer en las paredes la norma de la orden en alemán-austriaco. Ora et labora et lege. "San Benito de Nursia dice a sus monjes que deben glorificar a Dios en todo lo que hacen, no sólo rezando sino también trabajando e intentando aprender cada día algo nuevo. “Nunca dejar de comenzar”: esto es, finalmente, el objetivo para sincerarse consigo mismo, con los demás y con Dios y para llevar una vida feliz" (texto extraído del folleto).
Este minimalismo austero me llevó a pensar si tan poco quedaba de los tesoros del Sacro Imperio que lo único que íbamos a ver eran letras en las paredes. Nada más lejos de la realidad, en la siguiente sala empezaron a aparecer tesoros de la familia Babemberg, primeros reyes austriacos, cedidos en herencia a los frailes: tronos, sarcófagos, retablos, altares portátiles, etc... hasta el cadáver de San Coloman, (que no lo vimos, ¡menos mal!) un fraile supuestamente irlandés que en su peregrinar a Jerusalén tuvo un tropiezo al cruzar tierras austriacas, le acusaron de espía. Como el hombre no hablaba alemán, no pudo defenderse y lo colgaron.


El museo se extiende por varias salas que nos llevan a disfrutar de un viaje en el tiempo atemporal. El salón de las vestiduras sacerdotales, códices medievales, cálices, báculos, custodias y relicarios, manuscritos, crucifijos, hasta la maqueta del proyecto de construcción por el que pasó la abadía en sus múltiples obras y ampliaciones. Yo puse el piloto automático y me dediqué a mirar y admirar vitrinas.
Recuerdo un retablo precioso en una de las salas donde todos buscábamos¿¿¿ una llave???. Ayer pregunte por el magnífico whatsapp a todos, Carmen recordaba también que era una llave, pero Javi nos dejó a todos muertos: "la llave que abre el cinturón de castidad que lleva el enano vestido de blanco". Yo no llegué a verla, no se si alguien la descubrió y donde estaba.


Sala tras sala la guia relataba la historia del lugar, de las innumerables joyas que el pasar de las centurias han ido a parar o han buscado cobijo en la abadía. Oí hablar de un incendio acontecido allá por el siglo XIII que dejó solo cenizas y un abad, Ulrich II,  que consiguió una reliquia de la Veracruz a ver si de este modo se ponía otra vez de moda Melk y volvían los peregrinos y la prosperidad.
Sobre esta reliquia debemos detenernos un momento porque se encuentra guardada en la cruz de Melk, una joya maravillosa que regaló el duque Rodolfo IV a la abadía cuando recuperaron la astilla de la Veracruz que les había sido robada. La cruz también desapareció de Melk un par de veces.

Es un relicario de plata dorada con perlas y joyas. La cara anterior es un crucificado rodeado por los cuatro apóstoles y la posterior está cuajada de piedras preciosas. Solo se enseña en algunas ocasiones, en el museo hay habitación para ella solita, muestran una réplica.



En el siglo XV el monasterio estaba muy endeudado y la disciplina monástica rota. El entonces Abad de Melk, tras el concilio de Constanza se puso las pilas y al poco la abadía era un lugar de estricta disciplina, hermanaron con la universidad de Viena y volvieron a ser un ejemplo para la comunidad cultural europea.  La mayor parte de los manuscritos que se conservan son de este periodo. 
En el XVI llegaron los turcos y el monasterio se vio dañado, incluso se pensó en la disolución de la abadía por falta de personal, pero un nuevo abad puso en práctica las reformas necesarias para atraer a nuevos frailes y conseguir la financiación para las futuras obras. 
Fue en el inicio del XVIII cuando un jovencito abad llamado Berthold Dietmayr inició la reforma del conjunto de todos los edificios de la abadía a cargo del arquitecto Jacob Prandtauer, a la moda barroca que iba muy bien con el hábito benedictino. En este periodo la escuela se centró bastante en la música, su alumno más aventajado  fue Haydin. 
En el XIX el emperador José II fiel a su despotismo ilustrado, clausuró la escuela de teología, confiscó los bienes de la iglesia y puso todas las pegas del mundo a la vida monástica, aunque en Melk el "josefismo"pasó de puntillas. Las guerras napoleónicas también hicieron pupa y lo de que Austria se anexionara a la Alemania nazi casi le cuesta la vida a la Abadía.  
Cuentan que cuando Napoleón se alojó en Melk llegó en una carroza tirada por ocho alazanes y fue recibido en la puerta por el abad.



Cuando nos dimos cuenta estábamos en una enorme sala de mármol rojo con unos impresionantes frescos pintados en el techo. La diosa Athenea y Hércules, alegoría a los Habsburgo que gobernaban con sabiduría y fuerza. Anduvimos jugando a movernos pues las figuras están pintadas con tal perspectiva que depende de donde te pongas, verás perfectamente proporcionada la escena o hecha una pena.  Este era el comedor de la familia imperial y salón de banquetes. 


 La luz entra tamizada por los altos ventanales proporciona un ambiente acogedor, muy luminoso. Sobre las puertas de acceso al salón,  medallones dorados con frases en latín aluden a la norma de San Benito e indican el propósito de la sala: "Hospites tamquam Christus suscipiantur" Los huéspedes deben ser recibidos como lo sería Cristo y "Et omnibus congruus honour exhibetatur" Y a cada uno el honor que le corresponde. Una estancia realmente hermosa.




Una gran puerta permite salida a la terraza. La vista es preciosa. Al frente el Danubio que no es azul, se acerca discurriendo alegre hasta los pies del peñasco, continuando camino hacia el Mar Negro. Al otro lado, la fachada de la Colegiata, impoluta, preciosa, con sus torres campanarios barrocos. La terraza puede que sea el mejor lugar de la Abadía, una balconada panorámica  exquisita donde quedarse extasiado contemplando el paisaje. Este magnífico balcón conecta el salón de mármol con la biblioteca, otro "top one" de Melk.



La sala principal de la biblioteca me dejó literalmente babeando, me recordó muchísimo la sensación al entrar en otra magnífica biblioteca, la del Monasterio agustino de la Vid en Burgos. Cada uno de los libros que se cuidan en estos lugares son el resultado del esfuerzo, del pensamiento, de las ideas de personas que han querido dejar escritos sus conocimientos, sus experiencias para que otros puedan aprovecharlos y eso merece el mayor de los respetos.
Melk contiene una colección de ejemplares de valor incalculable. En esta habitación se agrupan 16.000 volúmenes cifra que se convierte en 100.000 si contamos las otras 11 salas.  Manuscritos 1.888, incunables 750 (trabajos impresos antes de 1.500), 1700 trabajos del s. XVI, 4500 del XVII y 18.000 del XVIII, aparte, los libros nuevos. Los ejemplares están ordenados por temas: ediciones de la Biblia, teología, jurisprudencia, geografía y astronomía, historia y léxico barroco.


El padre Emilio preguntó por los libros del índice: "index librorum prohibitorum". A lo que la guía respondió que ya no existían, aunque si nos mostró dos puertas disimuladas en los estantes de madera que conducen a zonas de lectura privada. Los libros del índice son los que la iglesia católica  decidió que eran malos para la fe del cristiano y los quitaron del medio. En algunos monasterios como este se hicieron copias y se guardaron bajo siete llaves, aunque muy pocas personas sabían del tema y muchos menos tenían acceso a ellos.

En una abadía lo más importante es la iglesia y después la biblioteca, y se nota. La sala es espectacular. Estantes de madera tallada reluciente, puertas que conducen a más estantes, dos enormes globos terráqueos, vitrinas que muestran los tesoros incunables,  manuscritos y libros musicales, algún pentagrama, frescos en los techos del mismo autor del salon de mármol que aluden a la Fe rodeada de cuatro virtudes cardinales: sabiduría, justicia, fortaleza y templanza. A ambos lados de las puertas y dos a dos, cuatro esculturas de madera dorada que representan las cuatro facultades: teología, filosofía, medicina y jurisprudencia.


En 1997 entre tanto papel se descubrió un fragmento original del siglo XIII del Cantar de los Nibelungos.

La pequeña biblioteca, a continuación de la sala principal, contiene libros del XIX y conduce a otra de las maravillas, la escalera helicoidal.


"ya al final de mi vida de pecador, mientras, canoso y decrépito como el mundo, espero el momento de perderme en el abismo sin fondo de la divinidad desierta y silenciosa, participando así de la luz inefable de las inteligencias angélicas, en esta celda del querido monasterio de Melk, donde aún me retiene mi cuerpo pesado y enfermo, me dispongo a dejar constancia sobre este pergamino de los hechos asombrosos y terribles que me fue dado presenciar en mi juventud." 

Así comienza la novela inspirada en esta biblioteca, en esta escalera y en un incendio: "El nombre de la Rosa", el libro de Umberto Eco en el que habla de las andanzas de un jovencito novicio, Adso, nacido en Melk, ayudante de Sean Connery, perdón, fray Guillermo de Baskerville. Cuenta el autor que vino a visitar la abadía porque  llegó a sus manos un manuscrito donde un tal Adso de Melk narraba sus experiencias por el Norte de Italia, o algo así. Mucho se ha escrito de esta novela-película y su relación con Melk que no es tanta al fin y al cabo.

Dejo enlace a un artículo de la hemeroteca de la Vanguardia: La Vanguardia Umberto Ecco


 La escalera helicoidal es un bellezón que comunica las distintas salas que forman la biblioteca de las que visitables sólo son estas dos. Aquí si pudimos hacer fotos y desde aquí llegamos a la iglesia, lo mas hermoso de la abadía por este atajo.

En realidad hay otra escalera helicoidal mas, la segunda con pinturas de tonos verdes.



 No se si conozco alguna iglesia barroca que pueda competir en belleza con esta de Melk, creo que no. Es impresionante, difícil describirla con palabras, mejor ver las imágenes. El interior está ricamente adornado con pan de oro, estuco y mármol, frescos, figuras doradas, ángeles regordetes... es un festín para la vista.

Está consagrada a San Pedro y San Pablo y dedicada a San Benito y a San Colomán, ambos disponen de sus sarcófagos en el altar, aunque el único que lo ocupa es San Coloman, patrón de Melk.
Y llegó la hora de asistir a la celebración del día. En una capilla lateral con nada que desmerecer al resto del templo.

 Nuestros curas aparecieron con unas bonitas vestiduras que le prestaron los benedictinos. Unos hábitos de color hueso, de lino, amplios muy elegantes. Ofició el padre Isidro, ¡que disfruta estos días!, bueno, en realidad, igual que todos.


Y luego, ....pues luego nos fuimos. Pasamos por la tienda, me compré una pequeña lámina de la abadía para la colección viajera y un libro de donde he sacado parte de la informacion que aqui transcribo, sobre todo las cifras. Emilio creo que al final se llevó el licor de los albaricoques del Wachau y casi todos los demás picaron en algo.

Nos inflamos a fotos en las escaleras que llevaban al parking que recuerdan la norma benedictina y hasta aquí llegó  Melk, una visita que de verdad merece la pena. Es un centro cultural que ha sobrevivido a través de sus casi mil años de historia  y nos ha llegado a trancas y barrancas, pasando muchas penalidades, pero ahí está y bastante completito desde hace 300 años. La guardaremos siempre en nuestro corazón y en el diario del peregrino.


fotos de Seegrotte y Melk: FOTOS SEEGROTTE Y MELK



fuentes: web abadiamegaconstrucciones;






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