jueves, 26 de agosto de 2021

verano 21 la Vid, cuartel general

Acabaron nuestras noches palentinas, el lunes 15 cambiábamos el cuartel general Diana Palace por la hospedería del Monasterio de la Vid que tras la reforma, es ahora un magnífico hotel de 3 estrellas.
Quedamos a las 10 morning  para desayunar en Polo y saludar, aunque fueran unos minutos, a nuestro profe y guía de historia favorito, el padre Boni. Un encanto de señor, caballero elegante y educado donde los haya y con un vagaje cultural sobresaliente. Otro más que está incluso mejor que cuando le conocimos allá por 2017 en un divertido periplo por Chipre y Grecia. No podía acompañarnos por compromisos anteriormente adquiridos, pero no dejó de recomendarnos algunas visitas que merecían la pena. La conversación, como era habitual, acabó en torno a rutas futuras con el deseo de volver a coincidir en la próxima. Ojalà sea así, en muchas más. 
El primer objetivo del día era subir al Cristo del Otero, obra cumbre del escultor palentino Víctorio Macho. La figura de 22 metros de altura, inaugurada en los años 30 del pasado siglo, está situada en un cerro al Noroeste de la ciudad, fue durante mucho tiempo la más grande después del  Redentor de Río. La cabeza mide 4 metros de altura y las manos, 2. A sus pies existía una pequeña cueva que transformaron en ermita y museo con más trabajos y proyectos del autor, información de cómo se hizo este Corazón de Jesús y un crucificado francamente horroroso. También es el lugar donde reposan los restos del escultor.
Dejo vídeo  sobre la figura de este genio de la escultura, un punto de inflexion para este arte en nuestro país. (para verlo hay que poner el blog en modo web ordenador)


Desde el mirador, a los pies del Cristo, contemplar la ciudad castellana es un verdadero placer, de la catedral a la plaza de toros, Palencia se extiende a nuestros pies como una marea  caótica de torres ancestrales y tejados contemporáneos. 
Tras sesión fotográfica de contorsionista de circo con tal de sacar al Cristo, volvimos a los coches y allí David nos entregó un regalo de despedida de su tierra palentina: una imagen del Cristo del Otero en miniatura, preciosa, que tendrá en nuestros hogares, allá donde se encuentren un lugar de honor  bien visible. 

Frómista. No podíamos salir de la provincia sin vistar la capital del románico palentino por excelencia. A unos cuantos kilómetros, en Tierra de Campos, se encuentra ese nudo de comunicaciones que fuera aquella importante localidad en el Medievo.
Nos dijo Boni que visitáramos San Pedro, en la plaza Tuy. 
Aparcamos y entramos, aunque fuera por simple curiosidad, a este templo que alberga el museo de arte sacro. Las tablillas hispano-flamencas que expone pertenecen a la iglesia de Santa María del Castillo, se trasladaron para preservarlas del vandalismo, según nos contó el responsable de turno en el museo.
 Expuesta tienen en una vitrina la pátena que acarrea con el milagro de Frómista, dejo el relato en el enlace: El milagro de Frómista.
A penas 100 metros separan San Pedro de la famosísima San Martín de Tours. Una reina mandó su construcción en el siglo XI, Doña Mayor de Castilla, y como una reina luce hoy, coqueta y elegante, con sus estilizadas torres redondeadas, los canecillos y ese caracteristico ajedrezado que recogería posteriormente el puro arte románico. 
De interior sobrio, limpio, destacan sus instructivos capiteles. Magnífica a pesar de discutidas y controvertidas reformas, San Martín es una delicia para los amantes de la historia y el arte.
Sin más dilación, nos ponemos en marcha hacia el monasterio de Santa María de la Vid, una joya agustina en los límites de las provincias de Burgos y Soria. Antiguo noviciado de la Orden, hoy día han cedido una parte para hospedería conservando el monasterio y la iglesia y se puede visitar. 
Las habitaciones amplias, sobrias, elegantes, camas XL muy cómodas, con calefacción, habitualmente necesaria por el clima burgalés, que no era el caso. Algunos tuvieron que dormir aquella noche con ventanas y puerta de par en par. Otros, tuvieron que alojarse en las habitaciones de los novicios pues la zona pública andaba a tope.
Teníamos mesa reservada en el Lagar de Isilla, a dos metros del monasterio. Unas bodegas con hotel, restaurante y spa especialistas en lechazo.  
Nos sirvieron un ribera llamado "monasterio de la Vid"  ¡ojo con la denominación de origen! que hay mucho espabilado por ahí y esta es propiedad de los agustinos.

Tras ensaladas, chorizos, morcillas y por supuesto, lechazo, más postres varios, las señoras corrimos a la tienda de recuerdos y nos colamos, sin querer queriendo, como no, en un tour por las bodegas. Esta vez metí la patita. Me fui a por la cámara y volví con compañía. Ahí el cicerone se percató que éramos más de los debidos y no habíamos comprado el ticket de la visita. 
Volvimos al monasterio, el padre Serafín nos esperaba para enseñarnos la biblioteca. Detrás de la puerta franqueada por los candelabros, se guarda uno de los mayores tesoros de la orden de San Agustín. Celeste y blanca, como el cielo, la luz entra a raudales por los amplios ventanales a pie de techo.
 Paredes forradas de libros clasificados en sus estanterías de madera a dos alturas. Volúmenes de cubiertas de piel, títulos incrustados, dorados con letras góticas...difícil describir lo que siente un simple mortal aficionado a la lectura entre estas cuatro paredes, mucho más especial para los que saben apreciar los libros.
El pater nos cuenta del empeño de la Orden, que siguiendo las instrucciones de San Agustín, desde siempre se aplicaron en conseguir ejemplares de cualquier temática.
 Con la desamortización, muchos de estos fueron robados, perdidos incluso destruidos, como los que quemaron para calentarse los cuidadores del monasterio que moraban el "las conejeras".
Hoy día, esta sala contiene aproximadamente unos 16.000 volúmenes y existen otras 10 estancias como esta que almacenan, ya clasificados, muchos más, además de otra sala donde duermen  los pendientes de clasificar. 
En las mesas y expositores  reposan algunas joyas raras y otras unicas, un breviario de Isabel la Católica, un bestiario en español de Don Juan de Austria, una carta de puño y letra de Santa Teresa, un pequeño libro con las reglas de San Benito, incunables, botánicos, vademécum recetarios de "pociones"en latín...cada vez ando más impresionada....esto es el país de las maravillas....
Nos cuenta Serafín del libro más importante de la colección: un pequeño Corán del s.XII que anda "descansando" de su último periplo por las Edades del Hombre. Lo habían perdido con la desamortización y uno de sus expertos bibliófilos buscadores se enteró que iba a salir a subasta. La junta de Castilla y León lo recuperó para sus dueños. 
Una vez finalizada tan exclusiva visita, recorrimos el monasterio a placer guiados por sus antiguos residentes. 


Claustro, sala capitular, dependencias de novicios, pasillos y corredores, escaleras nobles, puerta de los leones, sacristía y la iglesia, la magnífica iglesia de la Vid presidida por la monumental talla de Santa María. Representación única de la virgen que sostiene a su niño en un abrazo mientras con la otra mano muestra un racimo de vid.

 Rodeada de espejos, el efecto óptico es singular, pudiendo apreciar desde distintos ángulos la belleza del rostro de Santa María.
Salimos al exterior para pasear por el bosque, "hasta la encina", propuso David y más allá hubiéramos ido. Es un remanso de paz caminar por la frondosa arboleda junto al río Duero.
 Nos cruzamos con algunos lectores sentados a la sombra tan enfrascados en sus lecturas que ni levantaron cabeza ante nuestra ruidosa presencia. Algunos caminantes, probablemente locales, cruzaban la explanada siguiendo el curso del río.
Esa noche nos fuimos pronto a descansar. Los agitados días anteriores pasaban factura y el ambiente monacal llamaba a cuerpo y mente a retiro sosegado.

El martes, como no, amanecimos pronto, decidimos dar un salto a Peñaranda de Duero a tomar un café, y eso fue lo único que tomamos. Las 10 de la mañana y aún no había llegado el panadero. 



Recorrimos el casco medieval de la coqueta localidad burgalesa entrando por el arco que da a la plaza mayor, admirando edificios como el castillo, el palacio de los condes de Miranda, la Colegiata de Santa Ana, la posada local, la sinagoga o la botica mas antigua de España aún en funcionamiento, que andaba cerrada, para acabar saliendo por uno de los arcos de acceso al centro histórico de la calle Real, el de las monjas.




Volvimos al monasterio para desayunar como Dios manda y nos regañaron por tardones. La camarera de la cafetería nos puso pegas por la hora, eran casi las 11 y a las 10.30 acaban con los desayunos. A pesar de todo, la mujer nos atendió aunque a regañadientes.

El plan del día consistía en visitar unas bodegas ribereñas para después comer más lechazo, esta vez, pinchos, y luego pasar la tarde noche en Valladolid. 



Llegamos con retraso a Valbuena de Duero, esta vez solo unos 10 minutos después de perdernos dos veces. Ni con el tom-tom. Uno de los dueños, Raúl, nos esperaba en la puerta. El calor de días anteriores había dado paso al viento fresco y a la sombra, mientras atendiamos sus explicaciones, hacia frío.
Baden Numen Así se llama este bodega familiar que debe su nombre a una zona del pueblo, Baden y al vocablo latino que narra la excelencia de sus caldos, Numen. Comenzó su andadura hace relativamente poco tiempo con la idea de cultivar uva para venderla a otras bodegas más importantes de la zona. Poco a poco, fueron adquiriendo parcelas y llegó el día en que por temas de mercado, decidieron experimentar y poner en marcha su propia elaboración de vinos. Así un peluquero de profesión, el hermano mas pequeño, se convirtió en un viticultor y bodeguero experimentado.


 Pasamos al lagar donde se exprime la uva con una prensadora automática y se guarda en los tanques de aluminio, de allí a la bodega con barriles de roble americano y francés. Distintos precios y resultados. No más de 5 años y los desechan. Nada que ver con las bodegas jerezanas. Las tierras, las mezclas de uvas, el clima, la altitud, la amplitud térmica, el riego, la cosecha, la extracción, trasiegos, clarificación con 3 claras de huevo por barril, la maduración en barricas que dejan su aroma... todo se vuelve arte en la fabricacion de vinos de la Ribera.


Luego llegó la cata. Del caldo joven, más áspero, más brillante, afrutado y burdeos, al crianza, rojo y suave. El reserva estaba agotado, solo vimos una botella de muestra. Nos comentó de su producción, 80.000 unides de la que el 70% van a parar a Alemania y a China, de lo inseguro que es el negocio, de las técnicas para conseguir un buen vino con carácter y de lo divino y humano. Todos quisimos llevarnos algunas botellas de aquel terruño y Jose Luis, nuestro jefe de expedición de aquellos dias, nos los obsequió. Los disfrutaremos recordándote con mucho cariño, no te quepa duda.
 
Raúl nos recomendó un restaurante no muy lejano pero escondido para comer buenos pinchos de lechazo, el Laurel de Baco en Traspinedo, provincia de Valladolid. Las brasas de sarmiento chisporroteaban al fondo del comedor cuando entramos, el aroma del fuego encendido y el calor de la lumbre ya nos hacían saborear la comida y aún no nos habíamos sentado.
 


El dueño se nos acercó a preguntarnos qué queriamos comer y nos recomendó solo ensalada de lechuga, cebolla y tomate para acompañar los pinchos. No necesitaban más ¡Como estaban esos pinchos! Ensartados en agujas de acero largas como espadas, las iba trayendo de dos en dos y servía en los distintos platos, ¡para que no se enfríen! decía el hombre...y no se enfriaron, desde luego que no.

Tere, Sergio y Alberto se fueron pronto a Valladolid a cumplir una tarea pendiente mientras los demás remoloneabamos en la sobremesa. Quedamos en vernos en la plaza mayor de la capital vallisoletana un rato mas tarde y allá que fuimos.


Recordaba poco o nada de mi paso adolescente por la ciudad, asi que me propuse ver el máximo en las pocas horas que quedaran del día. Algunos buscaron la sombra y la copa en la plaza del Coca mientras otros salimos pitando en un recorrido que nos llevó por todo el centro histórico, desde la fuente dorada, la catedral, la estatua de Cervantes, santa María de la Antigua, la colegiata, la casa de Don José Zorrilla para acabar en el colegio de San Gregorio y museo nacional de escultura


Llegamos una media horita antes de cerrar y las amables funcionarias nos dejaron entrar " de gratis" pero "sin pararnos". El caso es que lo vimos y si descubrimos arte en el edificio, ni que decir en sus salas.¡ Que balconadas las del patio! ¡que escaleras y artesonados! Si impresiona el edificio construido a instancias de los Católicos Reyes, su contenido no merece menos calificativos. 


Imaginería de la que solo allí puedes encontrar a "puñaos". Firmas a pie de escultura que me traian a la memoria las clases de historia del arte. Siloé, Juni, Berruguete, Vigarny....¡ Bestial! ¡que grande somos, España! "Agradecida y emocionada", como Lina Morgan, asi me fui de allí.



Buscamos a los jovenes de sombra y copa que habían hecho los deberes y reservado para picar algo en Villa Paramesa... tragones que somos, que vamos a hacer.  Se trata de  un gastrobar con tapas muy creativas en la misma plaza Coca. David lo había descubierto unos dias antes y hecho amistad con su encargada, una chica encantadora llamada Alicia que le facilitó el contacto de Raúl, el de las bodegas.
Nos acomodamos en la terraza y menos mal que iban a pedir poco, unas tejas de camarones, dorada a la piedra y "los tres cerditos". Lástima no tener hambre. Este sitio era para volver y probar la carta entera.



Llegaba a su fin nuestra última jornada de esta semana palentina burgalesa. Jose Luis regresó desde aquí a su casa de Palencia,  ya andaba el hombre bastante baqueteado. Nos despedimos de él esperando verle pronto en tierras sureñas, y nosotros volvimos al monasterio a descansar que al dia siguiente, aunque sin madrugar mucho, retornábamos a nuestro Sur del Sur.

Y llegó el miércoles, día de vuelta a casa, unos pasando por Madrid y Málaga y otros por el Burgo de Osma  antes de bajar por la vía de la Plata. ¡Ya que estamos... pues vamos!.
Me levanté temprano y me fuí a pasear por la arboleda del monasterio. ¡Que frío!, ni con el chubasquero tenía bastante. El paseo duró unos 15 minutos, volví a la cafetería deseando entrar en calor. Allí me encontré a la misma camarera del día anterior, esta vez andabamos en hora pero estaba saturada de trabajo. Todos los clientes a la vez queriendo desayunar y no daba abasto.
Antes de partir cada mochuelo a su olivo, nos despedimos del cuartel general de los agustinos recorriendo algunas zonas que nos dejamos el día anterior: el coro de la iglesia, las zonas altas, patios interiores, el claustro,... cuando se escuchó una voz profunda que dijo: ¡DAVID! Todos nos paramos. Era Alejandro, el general de la orden, anda pasando unos dias de descanso en su pueblo natal, la Vid, pasaba por allí y salió a saludar a David y de camino, a su ruidosa compañía. Un encanto este señor.


Mina y David nos acompañaron al Burgo de Osma, esta bonita localidad soriana anclada en el tiempo. Pudimos conocer su preciosísima catedral, llena de espectaculares sorpresas, como el sepulcro de su titular, el obispo  San Pedro de Osma, monje benedictino francés al que debemos la construcción del edificio actual. 




Muy interesante la historia de esta diócesis muy antigua. De origen visigodo,  tuvo obispos en el exilio durante la dominacion musulmana. 
El museo de la catedral cuenta con un archivo histórico de lo mas importante de España, para muestra, un botón: el mapamundi del Códice Beato de Osma. Si quereis saber más, pinchar en el enlace: patrimonio catedral




Paseamos desde las murallas hacia la plaza mayor, recorrimos la calle principal flanqueada por casas castellanas con bonitos soportales soportados por columnas de piedra, bajo los que el público comenzaba a abarrotar bares y comercios. Compramos algunos productos como la mantequilla dulce y las setas deshidratadas.



 Llegamos al antiguo hospital de San Agustín, actual oficina de turismo y nos sentamos a degustar unos torreznos típicos del pueblo en unos de los baretos bajo los antiguos soportales. Nos extrañamos de ver tanto público un miércoles no festivo. Estaba todo de bote en bote. Error, eran las fiestas del pueblo.

Sobre las  dos y media nos despedimos de nuestros queridisimos y magníficos anfitriones a los que estoy segura volveremos a ver muy pronto y pusimos rumbo a Jerez, el de la Frontera, al Sur del Sur.




Agradecer a nuestros compañeros de ruta, Carmen, Tere, Rafa, Sergio y Alberto estos dias tan especiales, entrañables y divertidos y a la familia Diez Ibañez: Mina, Jose Luis, Raúl, Silvia y nuestro queridísimo David su acogida, exquisito trato y el cariño que nos tienen, que es mucho y mutuo. Ha sido un verdadero placer compartir con todos y cada uno de vosotros estos ratos de un verano un tanto especial pero maravilloso. Mi agradecimiento eterno. Con vostros ¡al fin del mundo! 











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