miércoles, 30 de agosto de 2017

Trujillo y Guadalupe, una asignatura pendiente- día 4

Lunes 12 de junio, vísperas de nuestro santo favorito, San Antonio. Abandonamos la capital para adentrarnos en las  entrañas de la amplia provincia extremeña. Nada te advierte de lo que es de verdad  Extremadura, su nombre evoca paisajes áridos y tierras desiertas, y sin embargp, asombra el esplendor de esos valles donde los romanos dejaron sus acueductos, esos parajes salpicados de altas torres ocupadas por cigüeñas, esas empedradas casas señoriales, esos paisajes inacabables verdes y soleados, dehesas, cotos de caza, cerezos en flor. Aquí se dejaba caer la reina Isabel a pedir libros prestados a los monjes de Guadalupe, a Yuste se vino su nieto, Carlos V a vestirse de fraile.
Siempre quise visitar Guadalupe, es tarea que siempre quedó aplazada, es deuda con mi conciencia y con mi ente desde que tengo uso de razón. Nada extraordinario ni sobrenatural me empuja, es solamente el deseo de contemplar el rostro de la virgen negra tocaya de mi hermana Guadalupe. Este asunto comenzó cuando prematuramente y sin disponer de mas medios neonatales que ladrillos calientes y arrullos, llegamos al mundo. No nos esperaban a las dos, entonces era una lotería poco probable. La abuela Rosa nos vio tan poca chicha que decidió bautizarnos allí mismo, en el antiguo hospital de Cruz Roja en ausencia de cura ni similar, para abrirnos las puertas de los cielos y no se equivocó. Inmaculada y Guadalupe, el primer nombre ya pensado, por la patrona de España y de la ciudad linense, donde contrajeron nupcias los felices progenitores, el segundo improvisado, buscado en el santoral de aquellos días. Compartí con mi hermana  escasos ocho meses de gestación mas un par de días en que nuestra madre pudo abrazarnos. A pesar de su tempranera partida siempre la siento a mi vera, es mi mitad y debo agradecerlo a la virgen, a la morena de Guadalupe que nos protege desde aquel  martes 6 de septiembre. Esta es mi razón de subir a conocerla y no otra. Peregrinamos a Guadalupe.
Otro día de calor aplastante y aun no ha comenzado el verano. Es pronto, no mas de las 9 de la mañana y ya pega. Tenemos camino por delante, son 125 km de carretera nacional que suponen unas dos horas en coche por la sierra hasta llegar al pequeño  pueblo de Guadalupe. La ruta se hace pesada, la carretera no es mala, al principio todo es llano. Vamos cruzando pueblos, Trujillo, al que luego volveremos, Pago de San Clemente, Herguijuela, Zorita... el GPS marca 50 km para meta, el paisaje cambia, empezamos a ver suaves montes,  mas vegetación, ya no hay  pueblos ni aldeas, esto se hace interminable. Cruzamos Cañamero,  solo quedan 17 km, estamos en la sierra de Villuercas, ya queda menos. Por fin, un cartel anunciando Guadalupe a penas visible en un muro, una gasolinera y las primeras casas, en dos minutos llegamos. El GPS chivatea que estamos en la avenida de Juan Pablo II, nos lleva derechos a la basílica que aparece majestuosa al final de la calle.
monasterio de Guadalupe

 Un pórtico gótico mudéjar, enorme, inconfundible, franqueado por dos torres  y otros edificios anejos que le dan ese aspecto único. Gótico, mudéjar, románico, renacentista, barroco... una crisol de estilos evolucionados desde el siglo XIII al XVIII que lucen conciliadores como en ningún otro lugar visitado hasta ahora. Estamos en la Puebla de Guadalupe, o Guadalupe a secas, convento, iglesia  o castillo, a elegir.
Rodeamos la pequeña fuente central de la plaza mayor del pueblo, con avispero incorporado, la fachada principal del santuario se encuentra detrás. La forma del surtidor es extraña y luego caigo en que se trata de la pila bautismal donde acristianaron a los dos indígenas que Colón trajo de su segundo periplo americano. Este y otros muchos hechos históricos sucedieron en Guadalupe, por ejemplo, los Reyes Católicos acudieron para agradecerle a la Virgen la conquista de Granada, desde aquí salieron sendas cartas firmadas por sus augustas majestades con destino a Moguer y Palos para que apoyaran logísticamente a Colón en su viaje inicial a las Indias, Hernán Cortés paso por aquí tras sobrevivir a la picadura de un alacrán, Cervantes se llegó a depositar a los pies de la virgen las cadenas que lo retuvieron preso en la cárcel de Argel, Santa Teresa de Jesús, San Pedro de Alcántara, Góngora, Lope y por supuesto el papa mas viajero, Juan Pablo II. Por aquí  ha desfilado la historia de España, de América y de media humanidad.
Jacobo aparca muy cerquita, en la calle de atrás y vamos caminando hacia la puerta de la basílica, cruzando por delante del parador de turismo. Este ocupa dos edificios de los siglos XIV y XV, el hospital de San Juan Bautista o también llamado hospital de hombres, primera escuela de cirujanos en España y el colegio de Infantes o de Gramática. Ambos dependían del monasterio y simbolizan los dos pilares del saber medieval, la ciencia y el humanismo. En 1965 ambos edificios que se encontraban en un lamentable estado ruinoso, fueron recuperador para la red de paradores nacionales.
Esperamos en la puerta del monasterio al otro grupo que aunque han llegado antes al pueblo, han debido aparcar mas lejos. De mientras, Mari Jose y yo entramos en la tienda a preguntar y claro, a comprar. De aquí no se va nadie sin una buena medalla de la virgen.
parador de turismo de Guadalupe

Sacamos las entradas para visitar el monasterio, tiene que ser con guía y comienza a las doce, no dejan entrar sin cicerone. Como aun falta media hora, vamos primero al santuario que es gratis y cumplo con mi conciencia. Dos grandes puertas permiten la entrada a un recinto donde cegada por la luz exterior no veo nada mas allá de mis pies. Cruzando el umbral noto que me conmueve el deseo satisfecho, voy a conocer a la reina de la Hispanidad, a la que nos encomendó nuestra abuela aquel día de septiembre. No hay nadie en la basílica, el acceso lateral me permite una visión parcial del venerado templo cacereño, aunque en realidad pertenece a la diócesis toledana, cosas de la Santa Madre Iglesia. Dicen que todo este lío comenzó cuando el rey castellano Alfonso XI vino a agradecer a la virgen de Guadalupe, de la que era devoto por frecuentar estos páramos, su victoria contra los moros en la batalla del Salado y se encontró con una ermita ruinosa. Se propuso convertir aquello en el gran santuario del que hoy disfrutamos.
altar mayor y retablo del santuario

 Un par de amplios escalones y estoy en la nave central de tres, a la derecha una alta y elegante reja de forja separa el altar de los bancos donde se acomodan los fieles. La planta del templo es de cruz latina cubierta por bóvedas de crucería. Lo mejor de la basílica para mi son los grandes rosetones de trazos góticos y lazos mudéjares, maravillosos. Voy a sentarme un rato y empaparme de esa serenidad, de ese recogimiento absoluto, ese sosiego que llena la nave, a meditar sobre lo divino y lo humano, pero sobre todo a darle las gracias a la virgen por tanto. La veo al frente, con su niño en brazos en una alta hornacina, rodeada de jarrones cuajaditos de flores frescas que perfuman el ambiente. El retablo que la acompaña es fabuloso, figuras esculpidas según los diseños de Juan Gómez de Mora por grandes maestros dirigidos por Giraldo de Merlo, entre ellos, el hijo de El Greco que le ayudó a ornamentar y dorar tan magnífico trabajo. A ambos lados de la capilla mayor se sitúan los sepulcros de Enrique IV de Castilla y de su madre, Juana de Aragón. También observo el actual sagrario que es un escritorio perteneciente al rey Felipe II, de manufactura italiana, una pieza única. La virgen es pequeñita, tallada en madera de cedro lo que marca su color moreno, policromada, y vestida con un manto dorado y una bonita corona. La veo y no la veo, desaparece de mi vista y me quedo perpleja, ¿que ha pasado?. Me percato que hay gente en el camarín de la virgen. Luego descubriré el misterio.
Según cuenta la leyenda, fue esculpida en un taller de Palestina por el mismo San Lucas. Luego, venerada en Bizancio hasta que el papa Gregorio Magno la regaló a San Leandro, arzobispo de la antigua Sevilla visigoda. Cuando llegaron los señores del islam, unos monjes que huían hacia el Norte temiendo lo peor, decidieron esconder la imagen, la metieron en un cajón y la enterraron en mitad de un monte cercano al río Guadalupe y allí quedó olvidada durante siglos hasta que corriendo la treceava centuria, ya reconquistada para los cristianos la zona, un pastor llamado Gil Cordero la encontró, casualidades de la vida.
Un vaquerizo natural de Cáceres perdió una de sus vacas cuando pastoreaba su ganado cerca de Alía; la buscó por espacio de tres jornadas y, al fin, la encontró muerta. Intentó el hombre desollar la res, y para ello, le hizo en el pecho la señal de la cruz con el cuchillo. Fue entonces cuando se verificó el prodigio. La vaca se levantó por sí misma ante el espanto del buen extremeño. No fue eso todo, la voz celestial de la Señora reveló al pastor la existencia de la imagen enterrada siglos atrás en aquel mismo lugar, al tiempo que le encomendaba propagar ci descubrimiento entre los clérigos. La Madre de Dios expuso también la conveniencia de levantar en aquel paraje una pequeña capilla para dar culto a las reliquias que se descubrirían.
No terminaron ahí los milagros de la Virgen. Cuando el vaquero volvió a su casa se encontró con el triste espectáculo de su hijo muerto. Bastó una invocación a Santa María y la promesa de consagrar al muchacho a su servicio para que se obrase un nuevo portento. La resurrección del joven sirvió para ratificar las palabras del pastor. 
Los relatos y sucesos relacionados con la Virgen de Guadalupe llegan a oídos del rey Alfonso XI, que visita el lugar a mediados del siglo XIV y relata la existencia de una pequeña ermita de Santa María: "era casa muy pequeña e estaba derribada, e las gentes que y venían a la dicha hermita en Romería non avían y do estar".
El rey otorga una serie de términos y dona el dinero necesario para la construcción de una iglesia, que poco a poco va adquiriendo  mayor importancia por la implicación del monarca con la Virgen de Guadalupe.
A finales del siglo XIV el rey Juan I entrega a la Orden de los Jerónimos la iglesia del santuario de Nuestra Señora de Guadalupe.
Ya en el siglo XV es Isabel la Católica la que se implica de una forma personal con la Virgen de Guadalupe y visita en numerosas ocasiones el santuario.
Entre los siglos XIV y XVIII los jerónimos llevan a cabo numerosas ampliaciones sobre el edificio original, utilizando preferentemente mampostería y ladrillo, formando un conjunto cerrado con aspecto de fortaleza, con la idea de preservar las riquezas que se guardaban en el interior.

Tras un rato que se me hace un minuto, vamos al monasterio. Ya hay cola para entrar. Somos un grupo de unas 50 personas de diversas nacionalidades. El guía nos advierte de la imposibilidad de hacer fotos excepto en el claustro al rededor del cual va a rondar casi la totalidad de nuestra vista.
Accedemos al precioso claustro mudéjar también llamado claustro de los milagros ya que en sus paredes cuelgan grandes lienzos que narran los milagros de la virgen. 
lienzo del claustro mudéjar sobre la batalla del Salado

Es magnífico.  Rectangular, de unos 40 metros por lado. Construido en dos alturas, con arcos de herradura apuntados en colores blanco y rojo que le otorgan una gran vistosidad, en el piso superior la arcada es doble. 
vista del templete gótico mudéjar

El originalísimo templete mudéjar que ocupa el centro es obra de fray Juan de Sevilla, en el se funden con gran armonía el arte gótico e islámico. Materiales como el ladrillo y barro cocido, yeserías y azulejos verdes y azules. La pirámide superior remata este pabellón de enorme belleza con corchetes de cerámica blanca y verde completados con una cruz. A saber, estos cenadores eran costumbre heredada de los palacios hispano árabes de la época.


lavatorio

 Frente al refectorio encontramos una fuente lavamanos que probablemente utilizaran los frailes antes de entrar a comer. La vista mas bonita del claustro la ofrecen el templete y el rosetón de la iglesia. Impresionante.  
claustro mudéjar

Varios museos se dan cita en torno a este soberbio claustro, empezamos por el museo de los bordados, instalado en el antiguo refectorio del monasterio. Aun quedan algunas huellas de su antiguo uso, como las bases de las columnas que soportaban las mesas y el banco corrido sobre la pared donde aposentarse a comer. Cientos de piezas de valor incalculable se pueden admirar, entre ellas, un tapiz con perlas y piedras preciosas bordado por los mismos frailes, algunas casullas y complementos litúrgicos en tonos dorados, o rojos o negros para ritos fúnebres. Me llama la atención unas bordados con calaveras y huesos. 
tapiz del museo de bordados

Cambiamos de estancia, entramos en la  sala capitular que aun conserva su ornamentado techo mudéjar, guarda con gran celo la colección de los libros miniados. Es uno de los museos de su tipo mas importantes del mundo por la cantidad y estado de conservación de las piezas que contiene. Ciento siete códices de los que noventa y siete son cantorales de gran tamaño decorados con viñetas, orlas y letras capitales, pentagramas y tetragramas, pesan mas de 40 kilos y disponen de unas ruedecillas para transportarlos. Fueron elaborados en el scriptorium del cenobio durante mas de 300 años. El guía nos invita a contemplar una biblia y el "libro de horas del prior" que contiene unas miniaturas maravillosamente trabajadas, aun mantiene sus esplendidos colores. Curiosísima visita.
libro del museo de miniados

En la antigua repostería  se enclava el museo de pintura y escultura con obras de incalculable valor donadas por benefactores al monasterio: el Greco, Goya, la adoración de los Reyes Magos de firma flamenca, un crucifijo en marfil  atribuido al mismísimo Miguel Angel o un Cristo yacente protagonista de la semana santa guadalupense reclaman nuestro interés.
Nos conducen hacia la sacristía. No me puedo creer lo que veo: altas paredes pintadas al temple, cubiertas por una bóveda de cañón a cinco tramos profusamente decoradas, motivos florales, frutales, guirnaldas, hipógrifos, ángeles, formas, colores suaves y fuertes, enmarcados por mármoles y espejos, y resaltando sobre todos ellos, ocho enormes cuadros de Zurbarán que describen las reglas de la vida monástica jerónima. La luz entra a raudales por dos altas ventanas situadas en la pared que da al exterior y son del tamaño de los lienzos del pintor cacereño. El zócalo de jaspe gris azulado remata elegantemente el conjunto. La sala es Barroca, del siglo XVII, inolvidable, inmortal. Me siento pequeña ante tanta grandiosidad, muy pequeña. Al fondo, la capilla de San Jerónimo con su apoteosis, la "perla" de Zurbaran. El papa Juan Pablo la llamó la pequeña capilla Sixtina española, yo creo que es la sacristía española por excelencia.


sacristía

 Continuamos con el tesoro de Nuestra Señora, donde se guardan piso sobre piso innumerables reliquias, cofres, relicarios esmaltados, custodias, candelabros, los conjuntos de vestidos y mantos de gala de la Virgen, collares, broches, coronas, pendientes, etc. Entrando en esta habitación te topas con una vitrina muy española, un capote de torero, montera incluida de algún diestro devoto de la Virgen.
tesoro de Guadalupe
Volvimos sobre nuestros pasos pensando que acababa la visita, aunque bajo secreto sumarial y prometiendo no hacer ruido ni para estornudar, el guía nos hizo sentirnos muy afortunados autorizando la subida al coro por una escalera plateresca agradablemente descubierta en un rincón del claustro mudéjar. 
escalera plateresca que conduce al coro

El coro luce ricamente amueblado con su sillería de estilo churrigueresco, 94 asientos tallados en madera oscura con imágenes de santos e ilustres frailes jerónimos. Una balaustrada nos garantiza la seguridad aquí arriba desde donde las vistas al templo son sensacionales. En el centro de la estancia, un fastuoso fascitol en bronce repujado sostenía los libros cantorales. Cuatro órganos completan el conjunto, dos mayores y dos menores. Siempre fue muy importante la música en el monasterio, contaron con la Schola Cantorum, incluso se creó la Escolanía para niños cantores.


silleria del coro y atril

 Nos queda lo mejor, vamos a subir al camarín de la virgen, allí está la patrona custodiada por las grandes mujeres fuertes de la Biblia esculpidas y expuestas en hornacinas embutidas en los muros, como parte de una profusa decoración rococó con pinturas murales y cuadros creación de pintores italianos. Creo recordar que nombraron a Luca Giordano entre otros.
La planta de la antesala es octogonal y el techo forma una bóveda delicadamente embellecida al temple de la que pende una magnífica lámpara de lágrimas de cristal tallado de Bohemia, otro regalo de no se que duques. A esta estancia la llaman la antesala del cielo, así te sientes.
Tras unas puertas de madera tallada se encuentra el camarín propiamente dicho. Estamos acompañados por un fraile franciscano que nos abre las puertas para poder acercarnos a escasos centímetros de Nuestra Señora de Guadalupe, en cada uno de sus gestos muestra un inmenso respeto y fervor que nos contagia a todos. Vamos aproximándonos uno a uno, impresionados por este regalo que no nos esperábamos, me quedo la última y contemplo la hermosa cara de la virgen morena patrona de todas las Españas que el religioso ha girado 180º hacia nosotros para que podamos besarla y tocarla. ¿Por eso la perdí de vista en la iglesia! ¡se había vuelto de espaldas!. 
Si antes me sentía pequeñita en la sacristía, ahora me siento grande, fuerte, eufórica, llena de agradecimiento. No me esperaba para nada estar tan cerca de la Madre, de la Protectora.
Ha sido una visita perfecta, enriquecedora, cultural y celeste. Podemos quedarnos aun un rato vagabundeando por el claustro mudéjar para tirar unas cuantas fotos y admirar los grandes cuadros antes de salir a tomar algo fresquito y comprar algunos recuerdos. Tres medallas me llevo de Guadalupe, una para mi madre, otra para mi hermana pequeña y otra que llevaré colgada al cuello de aquí en adelante. 
Tras un kit kat de una media hora dedicado a recorrer algunas tiendas de la Puebla volvemos a retomar la carretera para almorzar en Trujillo y conocer la ciudad de los nobles conquistadores de las Américas.
Los 80 km que separan la Puebla de Guadalupe de Trujillo se convierten en una hora y media hasta llegar a su Plaza Mayor. Pizarro en su estatua ecuestre nos da la bienvenida mientras cruzamos a toda carrera delante suya para refugiarnos al fresco en el restaurante la Troya donde almorzaremos. 
estatua ecuestre de Francisco Pizarro. Trujillo

No se si por la hora, eran mas de las tres y media de la tarde, por el calor o porque ya no tenían muchas ganas, la comida no mereció nada la pena, incluso Tere se dejó entera la caldereta de cordero. Nos ofrecieron dos tipos de menús, a 12 y 20€ y tiramos a por el caro la mayoría. Mucho recomiendan en internet este sitio pero no salimos nada contentos. Malcomimos y ya está.  Hay que pagarle a la dueña, una señora vestida de negro que guarda la barra por donde se entra al comedor, no vayan a hacerle un "sinpa".  Mientras los chicos se apañaban con ella, fui a la oficina de turismo situada en los bajos de la escalinata, empezaba la visita guiada a las 5,  a 7 euros por barba entradas incluidas. Apunté al personal aun intuyendo que la ginkana iba a ser de órdago con esta canícula y en plena digestión.
Tuvimos que aligerar, el guía, señor muy peculiar, todo hay que decirlo, esperó a que nuestro grupo de ocho se uniera a las seis personas que ya estaban escuchando sus explicaciones a la sombra de 45º bajo los soportales de una desierta plaza donde ni si quiera corría una brizna de aire caliente.
Trujillo y las torres, Trujillo y las cigüeñas, Trujillo y los conquistadores. Estamos en uno de los pueblos mas bonitos de España donde nos podemos empachar de historia y arte. Historia de hijos de tierra adentro que no se como se fueron al otro lado del océano si antes nunca habían visto el mar de los mares. Arte que dejaron en sus casas y palacios construidos en nobles y añejas piedras.
La ciudad está desierta, no ya por el fuego que destilan sus calles empedradas, sino porque esos grandes muros cuesta mantenerlos y los legatarios de los exploradores ya no habitan detrás de ellos, solo alojamientos, comercios, restaurantes y funcionariado ocupan diariente la localidad.

Plaza Mayor de Trujillo. Iglesia de San Martín al fondo

Comenzamos en una Plaza Mayor de reminiscencias renacentistas, presidida por el gran conquistador a caballo Francisco de Pizarro y una fuente que trata sin conseguirlo de refrescar el ambiente de las 5 de la tarde. El sky line lo completan la iglesia de San Martín, el palacio de los marqueses de la Conquista, perteneciente a los Pizarro con su bella fachada porticada y balcón esquinero plateresco, (veremos varios de estos en la ciudad), el palacio de los duques de San Carlos, con su águila bicéfala, el palacio de los marqueses de Piedras Albas, con sus tres peculiares arcos y crestería gótica, las escalinatas y las casas nobles levantadas por las grandes familias que pugnaban un hueco para colocar su fachada en la plaza del pueblo. Si no estabas aquí no eras naide.
vista de la Alcazaba árabe

Emprendemos la ascensión hacia la alcazaba árabe por la antigua calle de la preciosa sangre,  que echa humo a estas horas toreras, cruzamos la puerta de Santiago y nos cobijamos en la pequeña iglesia extramuros del santo al que está consagrada. En el siglo XV era habitual que junto a las puertas de la ciudad que se cerraban de noche o cuando acontecían peligros, se situaran pequeñas iglesias donde los viajeros parasen un momento para dar gracias o refugiarse en yendo o viniendo de sus travesías. Quedamos durante unos minutos al fresco, por decir algo, para contemplar el retablo obra de Berruguete y la talla del Cristo de las Aguas datado en el s. XIV.
Persistimos trepando, mas que ascendiendo por este empinado cerro, pateando las empedradas cuestas hacia la alcazaba. El sol nos da una tregua y se esconde tras unas nubes, a pesar de ello ya voy por la segunda botella del líquido elemento. Vamos paseando por  murallas milenarias que rodean el castillo de forma mas o menos concéntrica.  Alcanzamos la explanada frente a la alcazaba a la que se entra por un arco en herradura que no deja de recordarme las puertas de la Alhambra. Me vuelvo de espaldas y me quedo admirada por las vistas, se alcanza a ver la sierra de Gredos al fondo. El día está claro, ninguna bruma entorpece este pedazo de horizonte, espectacular paisaje el que ofrece  esta bellísima y legendaria urbe.
patio de armas y muralla almenada de la Alcazaba

 Dentro del castillo un gran patio de armas con un solitario olivo y unas escaleras que permiten subir a torres y almenas. Para el que lo desee, es posible bajar al aljibe y si no, unos cuantos escalones hacia arriba y saludas a la virgen de la Victoria, patrona de la city, residente en una hornacina habilitada para ella sobre la puerta principal, defendida por dos torres albarranas. Descubrimos un mecanismo en la capilla que si le hechas 50 céntimos, la virgen se da la vuelta para que la veas. Lo han debido de aprender de los de Guadalupe, pero estos cobran.
Virgen de la Victoria

Me llama la atención una anécdota que cuenta el guía, resulta que esta alcazaba sirvió de refugio a Juana la Beltraneja hija de Enrique IV y heredera legítima al trono de Castilla, con quien Isabel, la católica reina, mantenía lid por el reino. Llegada Isabel a pies de la alcazaba y rendidas las fuerzas de la Beltraneja, que contaba por aquel entonces 12 años de edad, salió esta huyendo hacia Plasencia donde contrajo nupcias con el rey de Portugal Alfonso V, tío suyo carnal. Comenzó de este modo la guerra de Sucesión por el trono de Castilla.
 De aquí andandito vamos a la casa solariega de los Pizarro, convertida en museo del descubridor de Perú. De de lo único que me entero de todo lo que cuenta el guía es el extenso linaje de este explorador, que dejaba hijos por todos lados. Mejor me quedo en el patio lleno de plantas traídas de América, dicen.
 Un pequeño esfuerzo mas y conocemos Santa María la Mayor, aunque no recuerdo si fue antes o después de la casa de Pizarro. Si se que estábamos al pie de la torre, en unos escalones muy resbaladizos e irregulares, cuando miré a Tere y al verla roja como un tomate maduro, cogí la botella de agua y un paquete de toallitas y empecé a regarla cual planta sedienta a ver si se refrescaba la pobre mía. Se quedó echa un desastre de pelos pero fresquita fresquita.
Torre Julia de Santa María la Mayor

 Este templo es el edificio mas importante de la ciudad, y segundo en el ranking tras la catedral de la diócesis, que es Plasencia. Fue construido sobre una de las dos mezquitas, la de intramuros, con que contaba la Torgielo árabe. Se trata de una iglesia tardorromana erigida ya cuando la reconquista fue firme. Cuenta con dos bellas torres de planta cuadrada, la torre Nueva, a los pies del templo y la mas antigua, situada en la cabecera llamada Julia por unas antiguas inscripciones romanas halladas en alguna piedra utilizada para su construcción. El interior del templo es de bellísima hechura gótica, ha sido reformado en varias ocasiones sobre todo tras los terremotos de Lisboa. Diversas capillas de las grandes familias se pueden admirar en las naves laterales, incluso enterramientos de algunos de sus mas reconocidos miembros como Pizarro, Orellana, Altamirano... pero lo mejor es el retablo del altar mayor al que dedicamos algún minuto para admirar sus escenas mientras el guía va contando sus historias.
Salimos de Santa María y el grupo se dispersa, quedamos nosotros, los demás se han perdido o se han hartado de tanta historia. Ya no queda prácticamente mas que visitar que un aljibe moro en la esquina de una calle tras el cual el guía se despide indicándonos que vayamos a ver una antigua alberca y el adarve de la muralla con sus puertas romanas.
alberca romana

Nuestro grupo también se escinde, unos se van a la plaza a sentarse al fresco de los aspersores y los valientes continuamos de exploración romana. De la antigua Turgaloum solo queda esa alberca, ocupada en estos momentos por unos cuantos jóvenes que refrescan sus tersos cuerpos pueriles en tan añejo lugar, y unos lienzos de muralla almenada que alcanzamos tras cruzar la puerta de San Andrés. Recomendable paseo por esta ronda de las almenas, el paisaje es a tener en cuenta.
ronda almenada de Trujillo

La tarde esta llegando a su fin, ha sido una jornada agotadora y aun debemos llegar a dormir a Mérida, una hora de autovía para llegar al Ilunion Palace en la plaza de España emeritense. Hotel elegante hasta para aparcar el coche, se lo llevan y te lo guardan. Así da gusto, y en esas habitaciones tan palaciegas y fresquitas, mas.
 Entramos en el hotel y un recepcionista simpatiquísimo charla con Jacobo de los lugares de baño en ríos extremeños mientras nos asigna las habitaciones, los otros ya han llegado y deben andar en decubito supino. Miro a mi alrededor, en este pedazo de vestíbulo tan refinado veo señoras muy arregladas y señores muy elegantes, yo voy echa unos zorros. Pido rauda la llave de mi habitación para regalarme una larga ducha relajante y salir al menos algo mas decente a la calle. Hemos quedado en media hora abajo para ir a cenar.
Mañana será nuestro ultimo día, de regreso a casa.

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