Hoy, domingo de Resurrección no puedo por menos que dedicar un rato a reflexionar sobre lo que ha sido y continúa siendo este tiempo, no solo para mi, para todos. Hemos estado mas cerca de nuestras raíces, de nuestra fe y desde luego, de Jesús. Lo hemos acompañado en sus rezos al Padre, en su agonía y dolor y en su amor a todos nosotros. Hemos redescubierto la Luz de la Resurrección de Cristo, el alfa y el omega, el principio y el fin.
Las palmas que un día saludaron en Jerusalén la entrada triunfal del Mesías, hoy adornan las balaustradas de la iglesia de San Francisco recordándonos que ya viene la Pascua. Jerusalén, ciudad santa, tan maravillosa y tan terrible a la vez, por la que Jesús lloró contemplandola desde Dominus Flevit...., recuerdo aquella vista, la puerta dorada... Jerusalén ¡Oh Jerusalén!, aquel escalofrío al mirarte por vez primera, como si hubiese sido ayer.
Un borriquito pidió a sus compañeros, que se encargaron de recoger prometiendo devolverlo a su dueño, para entrar a una ciudad que iba a matarlo...la humildad y la mansedumbre del asno para un Rey.
El padre David viste casulla roja, fuego y sangre, dolor y lágrimas, un sacrificio que será perpetrado por los siglos de siglos. Es un día grande para los cristianos, comienza la semana de Pasión. Escuchamos el Evangelio completo, el que te pone los pelos de punta, desde Getsemaní hasta el Sepulcro. El me traslada a Venecia, a la basílica de San Marcos en otro domingo de Ramos, otra semana santa y a una pequeña capilla de Atenas.
Hoy, los acordes de una canción nos conducen en volandas a aquel Jerusalén, contemplamos a sus gentes, unos le saludan entre ramas de olivo, palmas, laureles, cantos de alabanza,... ¡Hosanna!, llega el Mesías, el Esperado, a celebrar la Pascua. ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Otros preguntan: ¿Quién es ese?...
Este año, por segunda vez, no hemos abarrotado la Plaza de Africa para oir los tambores y cornetas del Tercio acompañando al Encuentro, ni cantar nuestro "novio de la muerte", porque es nuestro, siguiendo a todo pulmón a esos legionarios que se dejan las botas escoltando a Jesús Caído y a esa preciosa Esperanza.
Ceuta es el Encuentro del Martes Santo y es la Vera Cruz, es La Buena Muerte y Las Penas, la Flagelación y la Caridad, La Soledad y el Descendimiento, y tantas y tantas cofradías que llevan dos años sin realizar su estación de penitencia. Pero si hay una imagen que nos define por la devoción que levanta en esta santa tierra, no ya solo entre cristianos, sino entre las cuatro culturas, ese es el Nazareno Cautivo y Rescatado, el Cristo de Medinaceli. Acabando el siglo XVII, la talla de la que hoy disfrutan los madrileños, fue secuestrada de La Mámora por el rey Muley Ismail además de unas trescientas personas que allí habitaban. Escarniada y profanada la imagen por los moros, fue rescatada por los padres Trinitarios. Tantas monedas de oro como pesara, fue el acuerdo, solo treinta, milagrosamente, para que llegara a Ceuta y continuara su viaje hacia la capital. Tal fue el júbilo, alegría y devoción con el que recibieron al Nazareno a su paso por nuestra ciudad que los frailes consiguieron una copia para su convento trinitario de Ceuta. Ese es el nuestro.
Jueves Santo, comienza el triduo, compartimos Cena, la Última, nos cuentan los Evangelios en su buena nueva. Jesús estuvo allí y nos dejó su herencia, aquel "amaos unos a otros" que tan a menudo nos saltamos, su cuerpo y su sangre inocente derramada, faltando a ese amor y el lazo salvador para que tuviéramos donde agarrarnos y volver a El, el Orden Sacerdotal. La cofradía de las Penas supo como nadie plasmar ese escenario, una mesa, un Monumento que nos dejó prendados y ante el que aquella "Hora Santa" supo a minutos. Acompañamos a Jesús en el tiempo de ansia y desconsuelo. Recuerdos de un huerto, Getsemaní en el Monte de los Olivos donde Jesús, muy triste, rezaba y pedía a Dios Padre "aparta de mi este cáliz pero que no se haga lo que yo quiero sino lo que quieres tu", mientras los otros dormían y mas tarde su mas fiel seguidor, Simón Pedro, le negara tres veces, antes de que el gallo cantara dos. Una detención, una espada hiriente de Pedro, y una iglesia, Gallicantu, bajamos a la mazmorra donde estuvo aquella noche detenido antes de comparecer ante Pilatos. Compañeros, peregrinos, amigos, viajeros, experiencias que te marcan el corazón y el espíritu, que te traen recuerdos imborrables, que nos hacen hermanos, ahora y siempre a vuestro lado.
Comienza el viernes, tristeza y alegría. Jesús va a morir para salvarnos. Rezo de Laudes, me encuentro al padre Paulino en la puerta y me explica la Liturgia de las Horas. Hoy nos han invitado a rezar con su comunidad. No somos muchos, unas treinta y pico personas en una iglesia en penumbra, en silencio, en paz. Un himno: "de sangre los pies cubiertos, llagadas de amor las manos/ los ojos al mundo muertos y los dos brazos abiertos para todos mis hermanos." Me recuerda esas Eucaristías que hemos celebrado en nuestras peregrinaciones durante 10 años por medio mundo. Dos primaveras llevamos también sin viajar. Esa intimidad, ese cariño, esas risas y a la vez ese respeto, la quietud, la paz....¡que de momentos hemos vivido juntos! y ¡que manera mas entrañable de empezar esta jornada!.
No hay celebración de la Eucaristía. Ayer, el padre David guardó la reserva consagrada en el sagrario para poder comulgar hoy y nos regaló una estampa maravillosa cuando lo hizo. Hoy adoramos la Cruz, instrumento de amor, de victoria sobre la muerte y el pecado. Juan estuvo allí, con María y luego lo contó "Mujer, ahí tienes a tu hijo, hijo, ahí tienes a tu madre". Otra vez el rojo del martirio y otra imagen para la retina, David de rodillas delante de la cruz.
Luego llega la hora de despojar el altar, de adornos, de manteles, de candelabros, de las velas, no hay luz....Jesús ha muerto. "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen", Seis largas horas dicen que tardó en morir. ¡Dios mío Dios mío! ¿porqué me has abandonado?. El cielo se volvió negro y la tierra tembló. Y su madre, María, ¡que dolor tan terrible!. Otro recuerdo, un muro lleno de peticiones, de mensajes, en la casa de María, en Éfeso. Y una entrañable misa en el Calvario a las siete de la mañana en una primavera de hace 11 años. Allí nos hicimos inseparables, aunque la vida nos separe.
Llega el sábado, luto y dolor, esperanza y templanza, ese día que celebramos la Vigilia Pascual, la fiesta de las fiestas, la razón de ser de nosotros, los cristianos. Resurrección que da sentido a nuestra religión, a nuestras creencias, a nuestra manera de vivir, es nuestro camino, nuestra fe, nuestra guía.
La noche en vela que comienza con la bendición del fuego que da lumbre al cirio Pascual, es la luz que diluye las tinieblas en que estamos sumergidos, esa luz que va avanzando hacia el altar, paso a paso, vela a vela, alma a alma, para concluir a los pies de la Virgen Inmaculada sin pecado concebida. Todo es alegría, las flores, la luz, las vestiduras blancas y doradas del sacerdote y acólitos. Recordamos el principio, el Génesis, el Éxodo, los salmos cantados que no pueden ser mas bonitos, la Epístola de San Pablo....es la Liturgia de la Palabra. Renunciamos al demonio, al pecado, al mal y afirmamos nuestra fe, renovamos nuestro Bautismo como aquel día en el Jordán, en medio de un cañaveral y con los pantalones remangados. Y por fin cantamos el Gloria, ¡ Aleluya! ¡Cristo ha resucitado!.
Y El cumplió su palabra.
Gracias, gracias y mil veces gracias a los padres Agustinos por hacernos esta semana santa tan preciosa y tan diferente. Porque a partir de esta semana Grande vais a tener que continuar lo iniciado y además, cumplir con la estacion de penitencia. Ha sido un honor que hayáis compartido tan generosamente estos días y guiarnos y educarnos en nuestra fe.