miércoles, 30 de agosto de 2017

Trujillo y Guadalupe, una asignatura pendiente- día 4

Lunes 12 de junio, vísperas de nuestro santo favorito, San Antonio. Abandonamos la capital para adentrarnos en las  entrañas de la amplia provincia extremeña. Nada te advierte de lo que es de verdad  Extremadura, su nombre evoca paisajes áridos y tierras desiertas, y sin embargp, asombra el esplendor de esos valles donde los romanos dejaron sus acueductos, esos parajes salpicados de altas torres ocupadas por cigüeñas, esas empedradas casas señoriales, esos paisajes inacabables verdes y soleados, dehesas, cotos de caza, cerezos en flor. Aquí se dejaba caer la reina Isabel a pedir libros prestados a los monjes de Guadalupe, a Yuste se vino su nieto, Carlos V a vestirse de fraile.
Siempre quise visitar Guadalupe, es tarea que siempre quedó aplazada, es deuda con mi conciencia y con mi ente desde que tengo uso de razón. Nada extraordinario ni sobrenatural me empuja, es solamente el deseo de contemplar el rostro de la virgen negra tocaya de mi hermana Guadalupe. Este asunto comenzó cuando prematuramente y sin disponer de mas medios neonatales que ladrillos calientes y arrullos, llegamos al mundo. No nos esperaban a las dos, entonces era una lotería poco probable. La abuela Rosa nos vio tan poca chicha que decidió bautizarnos allí mismo, en el antiguo hospital de Cruz Roja en ausencia de cura ni similar, para abrirnos las puertas de los cielos y no se equivocó. Inmaculada y Guadalupe, el primer nombre ya pensado, por la patrona de España y de la ciudad linense, donde contrajeron nupcias los felices progenitores, el segundo improvisado, buscado en el santoral de aquellos días. Compartí con mi hermana  escasos ocho meses de gestación mas un par de días en que nuestra madre pudo abrazarnos. A pesar de su tempranera partida siempre la siento a mi vera, es mi mitad y debo agradecerlo a la virgen, a la morena de Guadalupe que nos protege desde aquel  martes 6 de septiembre. Esta es mi razón de subir a conocerla y no otra. Peregrinamos a Guadalupe.
Otro día de calor aplastante y aun no ha comenzado el verano. Es pronto, no mas de las 9 de la mañana y ya pega. Tenemos camino por delante, son 125 km de carretera nacional que suponen unas dos horas en coche por la sierra hasta llegar al pequeño  pueblo de Guadalupe. La ruta se hace pesada, la carretera no es mala, al principio todo es llano. Vamos cruzando pueblos, Trujillo, al que luego volveremos, Pago de San Clemente, Herguijuela, Zorita... el GPS marca 50 km para meta, el paisaje cambia, empezamos a ver suaves montes,  mas vegetación, ya no hay  pueblos ni aldeas, esto se hace interminable. Cruzamos Cañamero,  solo quedan 17 km, estamos en la sierra de Villuercas, ya queda menos. Por fin, un cartel anunciando Guadalupe a penas visible en un muro, una gasolinera y las primeras casas, en dos minutos llegamos. El GPS chivatea que estamos en la avenida de Juan Pablo II, nos lleva derechos a la basílica que aparece majestuosa al final de la calle.
monasterio de Guadalupe

 Un pórtico gótico mudéjar, enorme, inconfundible, franqueado por dos torres  y otros edificios anejos que le dan ese aspecto único. Gótico, mudéjar, románico, renacentista, barroco... una crisol de estilos evolucionados desde el siglo XIII al XVIII que lucen conciliadores como en ningún otro lugar visitado hasta ahora. Estamos en la Puebla de Guadalupe, o Guadalupe a secas, convento, iglesia  o castillo, a elegir.
Rodeamos la pequeña fuente central de la plaza mayor del pueblo, con avispero incorporado, la fachada principal del santuario se encuentra detrás. La forma del surtidor es extraña y luego caigo en que se trata de la pila bautismal donde acristianaron a los dos indígenas que Colón trajo de su segundo periplo americano. Este y otros muchos hechos históricos sucedieron en Guadalupe, por ejemplo, los Reyes Católicos acudieron para agradecerle a la Virgen la conquista de Granada, desde aquí salieron sendas cartas firmadas por sus augustas majestades con destino a Moguer y Palos para que apoyaran logísticamente a Colón en su viaje inicial a las Indias, Hernán Cortés paso por aquí tras sobrevivir a la picadura de un alacrán, Cervantes se llegó a depositar a los pies de la virgen las cadenas que lo retuvieron preso en la cárcel de Argel, Santa Teresa de Jesús, San Pedro de Alcántara, Góngora, Lope y por supuesto el papa mas viajero, Juan Pablo II. Por aquí  ha desfilado la historia de España, de América y de media humanidad.
Jacobo aparca muy cerquita, en la calle de atrás y vamos caminando hacia la puerta de la basílica, cruzando por delante del parador de turismo. Este ocupa dos edificios de los siglos XIV y XV, el hospital de San Juan Bautista o también llamado hospital de hombres, primera escuela de cirujanos en España y el colegio de Infantes o de Gramática. Ambos dependían del monasterio y simbolizan los dos pilares del saber medieval, la ciencia y el humanismo. En 1965 ambos edificios que se encontraban en un lamentable estado ruinoso, fueron recuperador para la red de paradores nacionales.
Esperamos en la puerta del monasterio al otro grupo que aunque han llegado antes al pueblo, han debido aparcar mas lejos. De mientras, Mari Jose y yo entramos en la tienda a preguntar y claro, a comprar. De aquí no se va nadie sin una buena medalla de la virgen.
parador de turismo de Guadalupe

Sacamos las entradas para visitar el monasterio, tiene que ser con guía y comienza a las doce, no dejan entrar sin cicerone. Como aun falta media hora, vamos primero al santuario que es gratis y cumplo con mi conciencia. Dos grandes puertas permiten la entrada a un recinto donde cegada por la luz exterior no veo nada mas allá de mis pies. Cruzando el umbral noto que me conmueve el deseo satisfecho, voy a conocer a la reina de la Hispanidad, a la que nos encomendó nuestra abuela aquel día de septiembre. No hay nadie en la basílica, el acceso lateral me permite una visión parcial del venerado templo cacereño, aunque en realidad pertenece a la diócesis toledana, cosas de la Santa Madre Iglesia. Dicen que todo este lío comenzó cuando el rey castellano Alfonso XI vino a agradecer a la virgen de Guadalupe, de la que era devoto por frecuentar estos páramos, su victoria contra los moros en la batalla del Salado y se encontró con una ermita ruinosa. Se propuso convertir aquello en el gran santuario del que hoy disfrutamos.
altar mayor y retablo del santuario

 Un par de amplios escalones y estoy en la nave central de tres, a la derecha una alta y elegante reja de forja separa el altar de los bancos donde se acomodan los fieles. La planta del templo es de cruz latina cubierta por bóvedas de crucería. Lo mejor de la basílica para mi son los grandes rosetones de trazos góticos y lazos mudéjares, maravillosos. Voy a sentarme un rato y empaparme de esa serenidad, de ese recogimiento absoluto, ese sosiego que llena la nave, a meditar sobre lo divino y lo humano, pero sobre todo a darle las gracias a la virgen por tanto. La veo al frente, con su niño en brazos en una alta hornacina, rodeada de jarrones cuajaditos de flores frescas que perfuman el ambiente. El retablo que la acompaña es fabuloso, figuras esculpidas según los diseños de Juan Gómez de Mora por grandes maestros dirigidos por Giraldo de Merlo, entre ellos, el hijo de El Greco que le ayudó a ornamentar y dorar tan magnífico trabajo. A ambos lados de la capilla mayor se sitúan los sepulcros de Enrique IV de Castilla y de su madre, Juana de Aragón. También observo el actual sagrario que es un escritorio perteneciente al rey Felipe II, de manufactura italiana, una pieza única. La virgen es pequeñita, tallada en madera de cedro lo que marca su color moreno, policromada, y vestida con un manto dorado y una bonita corona. La veo y no la veo, desaparece de mi vista y me quedo perpleja, ¿que ha pasado?. Me percato que hay gente en el camarín de la virgen. Luego descubriré el misterio.
Según cuenta la leyenda, fue esculpida en un taller de Palestina por el mismo San Lucas. Luego, venerada en Bizancio hasta que el papa Gregorio Magno la regaló a San Leandro, arzobispo de la antigua Sevilla visigoda. Cuando llegaron los señores del islam, unos monjes que huían hacia el Norte temiendo lo peor, decidieron esconder la imagen, la metieron en un cajón y la enterraron en mitad de un monte cercano al río Guadalupe y allí quedó olvidada durante siglos hasta que corriendo la treceava centuria, ya reconquistada para los cristianos la zona, un pastor llamado Gil Cordero la encontró, casualidades de la vida.
Un vaquerizo natural de Cáceres perdió una de sus vacas cuando pastoreaba su ganado cerca de Alía; la buscó por espacio de tres jornadas y, al fin, la encontró muerta. Intentó el hombre desollar la res, y para ello, le hizo en el pecho la señal de la cruz con el cuchillo. Fue entonces cuando se verificó el prodigio. La vaca se levantó por sí misma ante el espanto del buen extremeño. No fue eso todo, la voz celestial de la Señora reveló al pastor la existencia de la imagen enterrada siglos atrás en aquel mismo lugar, al tiempo que le encomendaba propagar ci descubrimiento entre los clérigos. La Madre de Dios expuso también la conveniencia de levantar en aquel paraje una pequeña capilla para dar culto a las reliquias que se descubrirían.
No terminaron ahí los milagros de la Virgen. Cuando el vaquero volvió a su casa se encontró con el triste espectáculo de su hijo muerto. Bastó una invocación a Santa María y la promesa de consagrar al muchacho a su servicio para que se obrase un nuevo portento. La resurrección del joven sirvió para ratificar las palabras del pastor. 
Los relatos y sucesos relacionados con la Virgen de Guadalupe llegan a oídos del rey Alfonso XI, que visita el lugar a mediados del siglo XIV y relata la existencia de una pequeña ermita de Santa María: "era casa muy pequeña e estaba derribada, e las gentes que y venían a la dicha hermita en Romería non avían y do estar".
El rey otorga una serie de términos y dona el dinero necesario para la construcción de una iglesia, que poco a poco va adquiriendo  mayor importancia por la implicación del monarca con la Virgen de Guadalupe.
A finales del siglo XIV el rey Juan I entrega a la Orden de los Jerónimos la iglesia del santuario de Nuestra Señora de Guadalupe.
Ya en el siglo XV es Isabel la Católica la que se implica de una forma personal con la Virgen de Guadalupe y visita en numerosas ocasiones el santuario.
Entre los siglos XIV y XVIII los jerónimos llevan a cabo numerosas ampliaciones sobre el edificio original, utilizando preferentemente mampostería y ladrillo, formando un conjunto cerrado con aspecto de fortaleza, con la idea de preservar las riquezas que se guardaban en el interior.

Tras un rato que se me hace un minuto, vamos al monasterio. Ya hay cola para entrar. Somos un grupo de unas 50 personas de diversas nacionalidades. El guía nos advierte de la imposibilidad de hacer fotos excepto en el claustro al rededor del cual va a rondar casi la totalidad de nuestra vista.
Accedemos al precioso claustro mudéjar también llamado claustro de los milagros ya que en sus paredes cuelgan grandes lienzos que narran los milagros de la virgen. 
lienzo del claustro mudéjar sobre la batalla del Salado

Es magnífico.  Rectangular, de unos 40 metros por lado. Construido en dos alturas, con arcos de herradura apuntados en colores blanco y rojo que le otorgan una gran vistosidad, en el piso superior la arcada es doble. 
vista del templete gótico mudéjar

El originalísimo templete mudéjar que ocupa el centro es obra de fray Juan de Sevilla, en el se funden con gran armonía el arte gótico e islámico. Materiales como el ladrillo y barro cocido, yeserías y azulejos verdes y azules. La pirámide superior remata este pabellón de enorme belleza con corchetes de cerámica blanca y verde completados con una cruz. A saber, estos cenadores eran costumbre heredada de los palacios hispano árabes de la época.


lavatorio

 Frente al refectorio encontramos una fuente lavamanos que probablemente utilizaran los frailes antes de entrar a comer. La vista mas bonita del claustro la ofrecen el templete y el rosetón de la iglesia. Impresionante.  
claustro mudéjar

Varios museos se dan cita en torno a este soberbio claustro, empezamos por el museo de los bordados, instalado en el antiguo refectorio del monasterio. Aun quedan algunas huellas de su antiguo uso, como las bases de las columnas que soportaban las mesas y el banco corrido sobre la pared donde aposentarse a comer. Cientos de piezas de valor incalculable se pueden admirar, entre ellas, un tapiz con perlas y piedras preciosas bordado por los mismos frailes, algunas casullas y complementos litúrgicos en tonos dorados, o rojos o negros para ritos fúnebres. Me llama la atención unas bordados con calaveras y huesos. 
tapiz del museo de bordados

Cambiamos de estancia, entramos en la  sala capitular que aun conserva su ornamentado techo mudéjar, guarda con gran celo la colección de los libros miniados. Es uno de los museos de su tipo mas importantes del mundo por la cantidad y estado de conservación de las piezas que contiene. Ciento siete códices de los que noventa y siete son cantorales de gran tamaño decorados con viñetas, orlas y letras capitales, pentagramas y tetragramas, pesan mas de 40 kilos y disponen de unas ruedecillas para transportarlos. Fueron elaborados en el scriptorium del cenobio durante mas de 300 años. El guía nos invita a contemplar una biblia y el "libro de horas del prior" que contiene unas miniaturas maravillosamente trabajadas, aun mantiene sus esplendidos colores. Curiosísima visita.
libro del museo de miniados

En la antigua repostería  se enclava el museo de pintura y escultura con obras de incalculable valor donadas por benefactores al monasterio: el Greco, Goya, la adoración de los Reyes Magos de firma flamenca, un crucifijo en marfil  atribuido al mismísimo Miguel Angel o un Cristo yacente protagonista de la semana santa guadalupense reclaman nuestro interés.
Nos conducen hacia la sacristía. No me puedo creer lo que veo: altas paredes pintadas al temple, cubiertas por una bóveda de cañón a cinco tramos profusamente decoradas, motivos florales, frutales, guirnaldas, hipógrifos, ángeles, formas, colores suaves y fuertes, enmarcados por mármoles y espejos, y resaltando sobre todos ellos, ocho enormes cuadros de Zurbarán que describen las reglas de la vida monástica jerónima. La luz entra a raudales por dos altas ventanas situadas en la pared que da al exterior y son del tamaño de los lienzos del pintor cacereño. El zócalo de jaspe gris azulado remata elegantemente el conjunto. La sala es Barroca, del siglo XVII, inolvidable, inmortal. Me siento pequeña ante tanta grandiosidad, muy pequeña. Al fondo, la capilla de San Jerónimo con su apoteosis, la "perla" de Zurbaran. El papa Juan Pablo la llamó la pequeña capilla Sixtina española, yo creo que es la sacristía española por excelencia.


sacristía

 Continuamos con el tesoro de Nuestra Señora, donde se guardan piso sobre piso innumerables reliquias, cofres, relicarios esmaltados, custodias, candelabros, los conjuntos de vestidos y mantos de gala de la Virgen, collares, broches, coronas, pendientes, etc. Entrando en esta habitación te topas con una vitrina muy española, un capote de torero, montera incluida de algún diestro devoto de la Virgen.
tesoro de Guadalupe
Volvimos sobre nuestros pasos pensando que acababa la visita, aunque bajo secreto sumarial y prometiendo no hacer ruido ni para estornudar, el guía nos hizo sentirnos muy afortunados autorizando la subida al coro por una escalera plateresca agradablemente descubierta en un rincón del claustro mudéjar. 
escalera plateresca que conduce al coro

El coro luce ricamente amueblado con su sillería de estilo churrigueresco, 94 asientos tallados en madera oscura con imágenes de santos e ilustres frailes jerónimos. Una balaustrada nos garantiza la seguridad aquí arriba desde donde las vistas al templo son sensacionales. En el centro de la estancia, un fastuoso fascitol en bronce repujado sostenía los libros cantorales. Cuatro órganos completan el conjunto, dos mayores y dos menores. Siempre fue muy importante la música en el monasterio, contaron con la Schola Cantorum, incluso se creó la Escolanía para niños cantores.


silleria del coro y atril

 Nos queda lo mejor, vamos a subir al camarín de la virgen, allí está la patrona custodiada por las grandes mujeres fuertes de la Biblia esculpidas y expuestas en hornacinas embutidas en los muros, como parte de una profusa decoración rococó con pinturas murales y cuadros creación de pintores italianos. Creo recordar que nombraron a Luca Giordano entre otros.
La planta de la antesala es octogonal y el techo forma una bóveda delicadamente embellecida al temple de la que pende una magnífica lámpara de lágrimas de cristal tallado de Bohemia, otro regalo de no se que duques. A esta estancia la llaman la antesala del cielo, así te sientes.
Tras unas puertas de madera tallada se encuentra el camarín propiamente dicho. Estamos acompañados por un fraile franciscano que nos abre las puertas para poder acercarnos a escasos centímetros de Nuestra Señora de Guadalupe, en cada uno de sus gestos muestra un inmenso respeto y fervor que nos contagia a todos. Vamos aproximándonos uno a uno, impresionados por este regalo que no nos esperábamos, me quedo la última y contemplo la hermosa cara de la virgen morena patrona de todas las Españas que el religioso ha girado 180º hacia nosotros para que podamos besarla y tocarla. ¿Por eso la perdí de vista en la iglesia! ¡se había vuelto de espaldas!. 
Si antes me sentía pequeñita en la sacristía, ahora me siento grande, fuerte, eufórica, llena de agradecimiento. No me esperaba para nada estar tan cerca de la Madre, de la Protectora.
Ha sido una visita perfecta, enriquecedora, cultural y celeste. Podemos quedarnos aun un rato vagabundeando por el claustro mudéjar para tirar unas cuantas fotos y admirar los grandes cuadros antes de salir a tomar algo fresquito y comprar algunos recuerdos. Tres medallas me llevo de Guadalupe, una para mi madre, otra para mi hermana pequeña y otra que llevaré colgada al cuello de aquí en adelante. 
Tras un kit kat de una media hora dedicado a recorrer algunas tiendas de la Puebla volvemos a retomar la carretera para almorzar en Trujillo y conocer la ciudad de los nobles conquistadores de las Américas.
Los 80 km que separan la Puebla de Guadalupe de Trujillo se convierten en una hora y media hasta llegar a su Plaza Mayor. Pizarro en su estatua ecuestre nos da la bienvenida mientras cruzamos a toda carrera delante suya para refugiarnos al fresco en el restaurante la Troya donde almorzaremos. 
estatua ecuestre de Francisco Pizarro. Trujillo

No se si por la hora, eran mas de las tres y media de la tarde, por el calor o porque ya no tenían muchas ganas, la comida no mereció nada la pena, incluso Tere se dejó entera la caldereta de cordero. Nos ofrecieron dos tipos de menús, a 12 y 20€ y tiramos a por el caro la mayoría. Mucho recomiendan en internet este sitio pero no salimos nada contentos. Malcomimos y ya está.  Hay que pagarle a la dueña, una señora vestida de negro que guarda la barra por donde se entra al comedor, no vayan a hacerle un "sinpa".  Mientras los chicos se apañaban con ella, fui a la oficina de turismo situada en los bajos de la escalinata, empezaba la visita guiada a las 5,  a 7 euros por barba entradas incluidas. Apunté al personal aun intuyendo que la ginkana iba a ser de órdago con esta canícula y en plena digestión.
Tuvimos que aligerar, el guía, señor muy peculiar, todo hay que decirlo, esperó a que nuestro grupo de ocho se uniera a las seis personas que ya estaban escuchando sus explicaciones a la sombra de 45º bajo los soportales de una desierta plaza donde ni si quiera corría una brizna de aire caliente.
Trujillo y las torres, Trujillo y las cigüeñas, Trujillo y los conquistadores. Estamos en uno de los pueblos mas bonitos de España donde nos podemos empachar de historia y arte. Historia de hijos de tierra adentro que no se como se fueron al otro lado del océano si antes nunca habían visto el mar de los mares. Arte que dejaron en sus casas y palacios construidos en nobles y añejas piedras.
La ciudad está desierta, no ya por el fuego que destilan sus calles empedradas, sino porque esos grandes muros cuesta mantenerlos y los legatarios de los exploradores ya no habitan detrás de ellos, solo alojamientos, comercios, restaurantes y funcionariado ocupan diariente la localidad.

Plaza Mayor de Trujillo. Iglesia de San Martín al fondo

Comenzamos en una Plaza Mayor de reminiscencias renacentistas, presidida por el gran conquistador a caballo Francisco de Pizarro y una fuente que trata sin conseguirlo de refrescar el ambiente de las 5 de la tarde. El sky line lo completan la iglesia de San Martín, el palacio de los marqueses de la Conquista, perteneciente a los Pizarro con su bella fachada porticada y balcón esquinero plateresco, (veremos varios de estos en la ciudad), el palacio de los duques de San Carlos, con su águila bicéfala, el palacio de los marqueses de Piedras Albas, con sus tres peculiares arcos y crestería gótica, las escalinatas y las casas nobles levantadas por las grandes familias que pugnaban un hueco para colocar su fachada en la plaza del pueblo. Si no estabas aquí no eras naide.
vista de la Alcazaba árabe

Emprendemos la ascensión hacia la alcazaba árabe por la antigua calle de la preciosa sangre,  que echa humo a estas horas toreras, cruzamos la puerta de Santiago y nos cobijamos en la pequeña iglesia extramuros del santo al que está consagrada. En el siglo XV era habitual que junto a las puertas de la ciudad que se cerraban de noche o cuando acontecían peligros, se situaran pequeñas iglesias donde los viajeros parasen un momento para dar gracias o refugiarse en yendo o viniendo de sus travesías. Quedamos durante unos minutos al fresco, por decir algo, para contemplar el retablo obra de Berruguete y la talla del Cristo de las Aguas datado en el s. XIV.
Persistimos trepando, mas que ascendiendo por este empinado cerro, pateando las empedradas cuestas hacia la alcazaba. El sol nos da una tregua y se esconde tras unas nubes, a pesar de ello ya voy por la segunda botella del líquido elemento. Vamos paseando por  murallas milenarias que rodean el castillo de forma mas o menos concéntrica.  Alcanzamos la explanada frente a la alcazaba a la que se entra por un arco en herradura que no deja de recordarme las puertas de la Alhambra. Me vuelvo de espaldas y me quedo admirada por las vistas, se alcanza a ver la sierra de Gredos al fondo. El día está claro, ninguna bruma entorpece este pedazo de horizonte, espectacular paisaje el que ofrece  esta bellísima y legendaria urbe.
patio de armas y muralla almenada de la Alcazaba

 Dentro del castillo un gran patio de armas con un solitario olivo y unas escaleras que permiten subir a torres y almenas. Para el que lo desee, es posible bajar al aljibe y si no, unos cuantos escalones hacia arriba y saludas a la virgen de la Victoria, patrona de la city, residente en una hornacina habilitada para ella sobre la puerta principal, defendida por dos torres albarranas. Descubrimos un mecanismo en la capilla que si le hechas 50 céntimos, la virgen se da la vuelta para que la veas. Lo han debido de aprender de los de Guadalupe, pero estos cobran.
Virgen de la Victoria

Me llama la atención una anécdota que cuenta el guía, resulta que esta alcazaba sirvió de refugio a Juana la Beltraneja hija de Enrique IV y heredera legítima al trono de Castilla, con quien Isabel, la católica reina, mantenía lid por el reino. Llegada Isabel a pies de la alcazaba y rendidas las fuerzas de la Beltraneja, que contaba por aquel entonces 12 años de edad, salió esta huyendo hacia Plasencia donde contrajo nupcias con el rey de Portugal Alfonso V, tío suyo carnal. Comenzó de este modo la guerra de Sucesión por el trono de Castilla.
 De aquí andandito vamos a la casa solariega de los Pizarro, convertida en museo del descubridor de Perú. De de lo único que me entero de todo lo que cuenta el guía es el extenso linaje de este explorador, que dejaba hijos por todos lados. Mejor me quedo en el patio lleno de plantas traídas de América, dicen.
 Un pequeño esfuerzo mas y conocemos Santa María la Mayor, aunque no recuerdo si fue antes o después de la casa de Pizarro. Si se que estábamos al pie de la torre, en unos escalones muy resbaladizos e irregulares, cuando miré a Tere y al verla roja como un tomate maduro, cogí la botella de agua y un paquete de toallitas y empecé a regarla cual planta sedienta a ver si se refrescaba la pobre mía. Se quedó echa un desastre de pelos pero fresquita fresquita.
Torre Julia de Santa María la Mayor

 Este templo es el edificio mas importante de la ciudad, y segundo en el ranking tras la catedral de la diócesis, que es Plasencia. Fue construido sobre una de las dos mezquitas, la de intramuros, con que contaba la Torgielo árabe. Se trata de una iglesia tardorromana erigida ya cuando la reconquista fue firme. Cuenta con dos bellas torres de planta cuadrada, la torre Nueva, a los pies del templo y la mas antigua, situada en la cabecera llamada Julia por unas antiguas inscripciones romanas halladas en alguna piedra utilizada para su construcción. El interior del templo es de bellísima hechura gótica, ha sido reformado en varias ocasiones sobre todo tras los terremotos de Lisboa. Diversas capillas de las grandes familias se pueden admirar en las naves laterales, incluso enterramientos de algunos de sus mas reconocidos miembros como Pizarro, Orellana, Altamirano... pero lo mejor es el retablo del altar mayor al que dedicamos algún minuto para admirar sus escenas mientras el guía va contando sus historias.
Salimos de Santa María y el grupo se dispersa, quedamos nosotros, los demás se han perdido o se han hartado de tanta historia. Ya no queda prácticamente mas que visitar que un aljibe moro en la esquina de una calle tras el cual el guía se despide indicándonos que vayamos a ver una antigua alberca y el adarve de la muralla con sus puertas romanas.
alberca romana

Nuestro grupo también se escinde, unos se van a la plaza a sentarse al fresco de los aspersores y los valientes continuamos de exploración romana. De la antigua Turgaloum solo queda esa alberca, ocupada en estos momentos por unos cuantos jóvenes que refrescan sus tersos cuerpos pueriles en tan añejo lugar, y unos lienzos de muralla almenada que alcanzamos tras cruzar la puerta de San Andrés. Recomendable paseo por esta ronda de las almenas, el paisaje es a tener en cuenta.
ronda almenada de Trujillo

La tarde esta llegando a su fin, ha sido una jornada agotadora y aun debemos llegar a dormir a Mérida, una hora de autovía para llegar al Ilunion Palace en la plaza de España emeritense. Hotel elegante hasta para aparcar el coche, se lo llevan y te lo guardan. Así da gusto, y en esas habitaciones tan palaciegas y fresquitas, mas.
 Entramos en el hotel y un recepcionista simpatiquísimo charla con Jacobo de los lugares de baño en ríos extremeños mientras nos asigna las habitaciones, los otros ya han llegado y deben andar en decubito supino. Miro a mi alrededor, en este pedazo de vestíbulo tan refinado veo señoras muy arregladas y señores muy elegantes, yo voy echa unos zorros. Pido rauda la llave de mi habitación para regalarme una larga ducha relajante y salir al menos algo mas decente a la calle. Hemos quedado en media hora abajo para ir a cenar.
Mañana será nuestro ultimo día, de regreso a casa.

domingo, 13 de agosto de 2017

en Cáceres y acción- día 3

Hotel Boutique D, Fernando, en plena plaza Mayor. Mi distinguida habitación y mi baño, de paredes rojo inglés, disponen de sendos fabulosos balcones con cortinillas blancas y postigos por donde dejar entrar el calor y exhibirse a esa magnifica Plaza Mayor: Torre del Bujaco, ermita de la Paz, escalinatas al arco de la Estrella y torre de los Púlpitos, justo enfrente. Ganas dan de no moverse del balcón.
Comienza el día con un buen desayuno bajo los soportales de la plaza, a la fresquita, que el calor ya llegará, ya. Es domingo y debemos aprovechar la mañana o poco veremos, esta tarde solo estarán abiertos los bares. Hoy vamos a disfrutar del tercer casco histórico mas importante de Europa, la ciudad monumental e Cáceres. El núcleo urbano medieval se resguarda tras las murallas de grandes piedras añejas de color ocre reforzadas por las numerosas torres defensivas, unas moras y otras cristianas. Varias puertas salpican los lienzos amurallados permitiendo el paso a calles empedradas, empinadas, serpenteantes entre palacios, casas señoriales, plazas, museos, iglesias...


La primera parada es en la oficina de información y turismo donde un señor muy amable nos regala un plano y nos marca las visitas imprescindibles para conocer un poco esta ciudad monumental. Hay mucho que ver en un solo día que intentaremos estirar al máximo.
Comenzamos a pie de escalinata, antes de cruzar el famoso Arco de la Estrella, a la izquierda, encontramos el acceso a la torre del Bujaco. Torre albarrana de construcción árabe del s XII, denominada Bujaco por una derivación del apelativo del califa que la ordenó. Podemos subir, recorrer parte de la muralla que aún queda en pié, situarnos sobre el arco de la Estrella, continuar andando hasta la torre de los Púlpitos, esta ya cristiana, dada a luz durante la reconquista y volver  a un mirador apañado en el almenar del Bujaco con vistas imprescindibles: el palacio Moctezuma, la catedral de Santa María,  la iglesia de San Francisco, las torres de las Cigüeñas y de las Veletas y un largo etcétera que comparamos con un oscuro lienzo metálico que sirve de referencia sobre el horizonte que contemplamos.

 En el interior de la torre, un centro de interpretación de las tres culturas que nos lleva por un recorrido de la historia de la ciudad y ya quedarse maravillado ya a las 11 de la mañana.

Es momento de atravesar el arco de la Estrella que acerca la plaza Mayor con la de Santa María. Fue abierto en la muralla en el s. XVIII  aprovechando la antigua puerta Nueva, ampliada para dar acceso a los carruajes de los vecinos de la época. En su parte exterior, muestra el escudo de Cáceres mientras que en su interior, una hornacina alberga a la Virgen de la Estrella, alumbrada por un farol estrellado.


Este emblemático lugar fue elegido por la reina católica Isabel para jurar los Fueros en 1477 y posteriormente en 1478 su marido, Fernando el Católico. Cruzar este arco y sentirse transportados en el tiempo todo es uno. El jaleo de la Plaza Mayor es sustituido por un silencio reverente, solo nuestras pisadas sobre las piedras centenarias y algún piar de pájaros son los sonidos que se perciben.

Alcanzamos la plaza de Santa María que toma nombre de la iglesia concatedral, primer templo cristiano levantado tras la reconquista que hoy día comparte diócesis con Coria. A los piés e la única torre encontramos la estatua de San Pedro de Alcántara, a quien todos tocamos sus pies relucientes, a ver si nos da algo de suerte.
Varios edificios importantes rodean la plaza: el palacio Episcopal, el de Hernando de Ovando, el de los Mayoralgo,  el de los Carvajal y en dirección a la plaza de San Jorge el de los Golfines de Abajo, donde pernoctaban los católicos reyes cuando visitaban la ciudad, uno de los mas emblemáticos. Llegamos justo a tiempo, hay vistas guiadas y acaba de empezar , son justo las 11. No nos permiten tirar ni un foto.
http://www.palaciogolfinesdeabajo.com/


 Es una casa fortaleza comenzada a construir en el siglo XV y acabada en el XVI por una rama de la familia de los Golfines que tras la disputa del trono de Castilla tomaron partido por los Reyes Católicos quien les favorecieron con el Mayorazgo.
La fachada es espectacular, como todas en la noble urbe, un cuerpo principal franqueado por dos torres completamente distintas. En él se sitúa la puerta de acceso, sobre ella, arriba del todo, una ventana gótica con el escudo de los Reyes Católicos, único en Cáceres, debajo, el escudo de los Golfines que sostienen dos ángeles. La torre de la derecha es la mas antigua y defensiva con tres matacanes y una galería porticada, mientras que la de la izquierda, mucho mas ornamental, se adorna con los escudos de los Alvarez y los Golfines y una cresta en estilo plateresco de animales fantásticos.

Tras cruzar el umbral, accedemos a una estancia donde nuestra guía, una señorita perteneciente a la fundación creada por doña Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno, condesa de Torres Arias y grande de España, nos explica, ayudada de un vídeo, el linaje de tan ilustre familia. La funación tiene como fin la conservación del patrimonio familiar.
Cruzamos el patio de la casa para recorrer la planta baja, cuatro salones y una sala decorados  a distintas usanzas desde el s.XIX al XV. en orden cronológico inverso. En la primera estancia, un enorme retrato de la dueña nos da la bienvenida sobre una chimenea de mármol de exquisita factura, como el resto de la pieza. La ornamentación del segundo, se compuso a partir del salón de baile de la casa madrileña de la familia: sedas. terciopelos y brocados en preciosos estampados florares decimonónicos se derraman en tapicerías, cortinas, sillas, sofás y dinteles, separando ambientes. Mobiliario familiar, taquillones, consolas, espejos, vitrinas, jarrones y cerámicas de incalculable valor, estatuillas, pequeñas esculturas y adornos exquisitos, elementos habituales en casas nobles. Cuadros, algunos de escuela y firma flamenca de gran valor, retratos de carácter privado, luminarias de pared, candelabros y una lampara de cristal de araña enorme que ocupa el lugar central, es desproporcionada con el tamaño de la habitación donde cuelga, su lugar original era de mayores dimensiones. Como pieza estrella, nos muestran un tapiz mural muy bien conservado también de escuela flamenca, en el que se desarrolla una bucólica escena de banquetes de bodas entre dioses.


Para finalizar, la que considero la estancia mas importante de la casa, la sala de armas, con su decoración original en paredes al temple en tonos azules y rojos. Aquí esta plasmado el linaje de la familia, los escudos de todas las casas emparentadas por matrimonio con los Golfines. Observamos que la altura es distinta al resto de las habitaciones, nos movemos sobre un entarimado de madera que no para de quejarse, se trata de una estancia estrecha y alargada cuyo único fin era mantener viva la memoria de la estirpe Golfin.

 En el piso superior, en torno a una galería con ventanas abalconadas al patio, se sitúan distintos aposentos, como un sencillo oratorio con varios relicarios y un lienzo que representa la estigmatización de San Francisco, una sala de caza con trofeos, armas, floretes, incluido un estoque de algún torero Golfin que hizo sus pinitos sin mucho éxito y un curioso teléfono para comunicar con las dependencias de servicio. Mas adelante, un gabinete de carácter mas intimo en tonos beis y dorados donde la guía nos muestra una curiosa muñeca que baila al darle cuerda y que puede tener unos cuantos años ya, en el frente, sobre la chimenea, un retrato de una pareja de la familia con vestiduras oscuras al uso de la época sobre la que hacemos algún comentario a cerca de sus edades. Cruzando de nuevo el corredor, llegamos a la sala mas importante de la planta superior, la de los documentos que nos acercan la historia de la familia desde el siglo XIV a nuestros días, cartas, códices, libros, alguna firma de la reina Isabel incluso.
Contentos con esta visita y tras alguna foto en el patio central junto a los cañones de guerra, pasamos por delante de la plaza de San Jorge para ascender los escalones de la cuesta de la Compañía buscando el museo de Cáceres. Debemos subir a la plaza de las Veletas, un poco mas allá  de la de San Pablo, donde vemos la torre de las Cigüeñas en la casa Ovando, única torre de todo Cáceres que no fue desmochada por orden de la reina Isabel, hay mucha historia de España entre estos callejones.
El museo se levanta sobre los restos de la alcazaba árabe, ocupa dos edificios señoriales, el palacio de las Veletas, que alberga las colecciones de etnografía y arqueología y la casa de los Caballos, antiguas caballerizas que guarda la colección de bellas artes.La plaza está ocupada por unos operarios que andan montando un escenario para algún espectáculo vespertino.
La fachada es singular y única, distintos elementos han sido añadidos a través de los tiempos, como las gárgolas, los remates de cerámica esmaltada y los escudos, o las columnas toscanas del patio interior.
Visitamos las distintas salas arqueológicas que nos muestran restos prehistóricos, romanos, visigodos, almohades... a mi lo que mas me gusta es la ropa, los trajes regionales con sus coloridas cintas, las camisas de jaretas bordadas que utilizaban los hombres del campo y sobre todo el aljibe árabe. Tras unas rusticas y estrechas escaleras de ida y vuelta donde te cruzas con todo el mundo, unas luces azules sumergidas en el agua te indican que ya has llegado, un caminito de cemento protegido con una baranda permite adentrarte hasta casi el centro, es realmente maravilloso. Algunos arcos conservan algo de la pintura original, las cúpulas por donde entra el agua de la lluvia dejan colarse a los rayos solares dándole un aspecto mágico aunque huele a humedad. Parece ser que en principio era una mezquita, una habitación destinada al rezo dentro de la antigua alcazaba, que fue desmontada y utilizada como aljibe para el vecindario y siguió utilizándose hasta fechas recientes.


Continuamos ruta bajo un calor ya considerable, sombreros en testas y botellas de agua en mano, vamos buscando el barrio judío, ahora de San Antonio, atrás quedan las grandes casas señoriales, edificios nobles, iglesias y conventos. Las calles se estrechan, las casas se quedan en  una o dos plantas con tejados de teja roja, los muros encalados en blanco añil se cuajan de flores. Nos espera otra vista interesante, la torre de los Pozos, la mas grande, la mas alta y la mas avanzada de toda la muralla que junto con otra, hoy día desaparecida, la de la Coracha, defendían el acceso a la cisterna de San Roque que abastecía de agua la ciudad. Se entra por una casa del barrio pegada a la muralla convertida en oficina de turismo. Nos atienden dos señoras que como ya nos va sonando, nos preguntan nuestro lugar de origen, cuantos somos y los días que vamos a dormir en Cáceres.


Sobre una maqueta realista al mas mínimo detalle, de las muchas que se exponen en este lugar de edificios emblemáticos cacereños, una de las señoras nos explica como era la torre de los Pozos y como funcionaban las defensas de estas torres albarranas antes de salir al exterior y comprobarlo "in situ".
 Alcanzamos la zona externa ajardinada desde donde subimos a la torre. Las vistas desde lo alto son vertiginosas, al fondo vemos parte de la escalera que conducía a la ribera de Marco. Es en esta zona de la muralla dicen que se localiza el pasadizo por el que según la "leyenda de la gallina de las plumas de oro" entraron las tropas cristianas a conquistar la ciudad. Fue el amor entre la hija del Caid y un capitán de las huestes del rey castellano el origen de la reconquista en los albores de día de San Jorge en 1229. Por esta traición su padre la maldijo a convertirse en gallina cada aniversario de aquel aciago día hasta que la ciudad volviera a manos musulmanas. El día de San Jorge, el ayuntamiento organiza la búsqueda de la gallina de oro en la ciudad vieja en honor a la Mansaborá.
Continuamos errando por la antigua judería hasta toparnos con la ermita de San Antonio, antes sinagoga, paramos  a saludar, es uno de nuestros santos favoritos. Llegamos por el adarve del Cristo al arco del mismo nombre, única puerta romana que aun queda en pie de las cuatro primitivas. El adarve cacereño continua intacto, es un camino de ronda de comprobación de las zonas defensivas, da la vuelta completa a la metrópoli pretérita.
 Subimos por la cuesta del Marqués, cuesta donde las den, topamos con una casa de ambiente árabe,  es el museo Yusef al Borch que no es mas que la traducción al jarilla del nombre de su propietario, Don José de la Torre Gentil, señor que tenia gran curiosidad por la cultura musulmana y adquirió y restauró esta vivienda perteneciente a un mercader de origen árabe para exponer múltiples objetos adquiridos en sus viajes por países de esta cultura dándoles un ambiente real.
De nuevo en la plaza de San Jorge, junto a un portón en la escalera de la Compañía, un cartel anuncia la exposición "de Fortuny a Sorolla"es la casa palacio de los Becerra que alberga la fundación Mercedes Calles y Carlos Ballestero.


Es casi la hora e cierre, nos dejan entrar gratis pero solo al piso inferior donde exponen muebles, pinturas, vajillas, cristales, relicarios, vírgenes, angelotes... en fin, antigüedades de Doña Mercedes.

Hacía tanta calor que estábamos fritos  por sentarnos y tomar una cerveza fresquita, o una detrás de otra. Habíamos reservado para comer en uno de los mejores restaurantes del Cáceres, con mas de medio siglo de antigüedad y expertos en cocina extremeña, El Figón de Eustaquio. Aún faltaba media hora para la cita, pero allí fuimos prestos y ligeros cuando asomamos a la plaza de San Juan. Pedazo de restaurante con carta inmejorable: ensalada de perdiz, migas extremeñas, jamón, torta de Casar, sopa de tomate, carnes etc etc etc porque el etcétera fue antológico, plato tras plato, fuimos degustando las exquisiteces de la cocina regional regadas con un riquísimo vino de la tierra recomendado por nuestro atento camarero. Inmejorable.

 Tras la sobremesa aun quedaban un par de tareas pendientes antes de correr a refugiarnos en nuestras refrescantes y palaciegas habitaciones prometiendo volver a asomar bigotes una vez pasadas las horas caniculares, así que volvimos sobre nuestros pasos a la concatedral de Santa María y a la iglesia de San Francisco Javier.
 La iglesia de Santa María es el templo cristiano mas antiguo de la ciudad, se empezó a construir en el s.XIII en estilo románico mudéjar  aunque su aspecto actual data del s.XVI  ya con poco de románico, con mucho de gótico incluso algo tardío. Cuenta con una sola torre cuadrada de tres cuerpos y renacentista, la de las campanas. A San Pedro, el de Alcántara, lo localizamos en la base.


 Entramos por uno de los tres pórticos con que cuenta la concatedral, el que corresponde al lugar del Evangelio que da a la plaza, el mas antiguo, herencia de la edificación original del s.XIII. En el parteluz una pequeña imagen de la Virgen con el Niño en brazos.

Tras cruzar esta puerta de arco apuntado, un biombo nos aísla de las tres grandes naves que forman el templo, hay que pasar por caja, cumplimos y nos entregan audioguía, la visita promete, vamos a poder contemplar una magnífica iglesia gótica envuelta en un austero exterior típico del renacimiento español.

 Bajo la estilizada cúpula soportada por altas columnas de nave central, un enorme retablo plateresco en madera sin policromar dedicado a la Asunción de la Virgen, es la joya de la catedral junto con la sillería del coro y las capilla del Cristo Negro, importante imagen gótica, principal procesión de la semana santa cacereña.


















Algunos suben a la torre, una curiosa escalera de caracol lleva a la mejor vista en 360º de la capital cacereña, otros nos vamos a la sacristía museo catedralicio, otros buscan asiento en los bancos de la nave central para descansar piernas al fresco.
dejo web de la concatedral:http://concatedralcaceres.com/la-catedral/

Unos pasos mas y subimos a ver la exposición de belenes de la iglesia de San Francisco Javier o de La Preciosa Sangre, conocida así desde 1899 por ser custodiada desde entonces por los hermanos de  esta orden aunque desde 2003 está cerrada al culto. Es una original construcción en estilo barroco que aprovecha el desnivel de la plaza, pareciendo aun mas monumental. En su fachada frontal bajo un arco de medio punto una hornacina guarda la imagen del santo que le da nombre y justo encima, el escudo de la corona real de Castilla y León. A ambos lados, se alzan las altas torres blancas rematadas en tejados piramidales que la caracterizan. Se construyó junto con el convento anexo en el mayorazgo de la familia Figueroa, ya extinta, cuyo ultimo vástago fue jesuita.


En la plaza, a los pies de la escalinata, podemos ver otra imagen, esta vez de San Jorge a caballo dando muerte al dragón, nombrado patrón de la ciudad desde que fue tomada en su día.

El templo está recien restaurado, las paredes enjalbegadas, impolutas, el retablo mayor dorado, reluciente, representa el milagro de San Francisco Javier con el cangrejo que le devolvió el crucifijo cuando el santo naufragó en las Molucas, por Indonesia, mas o menos.


 Dentro de la iglesia se puede ver una colección con un montón de pequeños belenes, aunque el único que me gusta es el de la entrada. El ayuntamiento en Navidad monta aquí el belén municipal.

 Subimos por una escalera de caracol de hierro labrado al piso superior donde esta el coro y el acceso a las torres. Supero vértigos y voy arriba, mas belenes expuestos en pequeñas vitrinas, un espacio para el coro y dos puertas laterales por donde ascender a las torres, otra vez por escaleras imposibles se llega al techo de la iglesia, los campanarios. Mª José sube, y como era previsible nos informa de las estupendas vistas de la ciudad. Creo que se llevó alguna cámara, ya nos llegaran las fotos. Este edificio también alberga el museo cacereño de la semana santa y un enorme aljibe visitable, con el cerrojo echado ambos, no se si por ser hoy domingo.
 Estamos reventados, entre tanta calor , tanto que visto y aún por ver y estas cuestas ya se nos han agotado las baterías. Regresamos a los brazos de nuestro céntrico hotelito para salir en unas horas a disfrutar del Cáceres iluminado.
Descanso un rato, pies en alto mientras en el móvil (bendito invento), entro en el wifi del hotel, (bendito invento también) y miro las localizaciones de lo visitado esta mañana y lo que buscaremos esta tarde noche.
Cuesta separarse de esas frescas sábanas blancas que nos ofrecen unos momentos de relax muy necesarios para volver al empedrado de las calles y seguir disfrutando de una ciudad muy ambientada.
Paseamos ahora por el foro de los Balbos, torre de la Hierba, ayuntamiento, torre del Horno, el adarve de santa Ana, plaza de Publio Hurtado, subimos hacia la torre Sande con esos muros cuajados de hiedra tan colorista, enfrentada a la de las Cigueñas en la plaza de San Mateo. Enfilamos hacia el parador que ocupa la casa palacio del comendador de Alcuescar, precioso, escondido, sereno, maravilloso, me quedo con las ganas de tomar un cafelito, por lo menos... ya volveré, me prometo. Buscamos la Plaza de San Juan y continuamos por la Gran Vía buscando un cajero automático para rellenar la bolsa.
Esto es un paseo por la historia medieval de España, es un paseo empapado de grandes conquistadores, gentes de tierra dentro, de secano que se dice, que un día cogieron el petate y se fueron a hacer las américas volviendo con las alforjas repletas de oro indiano con las que conseguir mayorazgos y erigir grandes casas señoriales en esta, su tierra. Será un tópico pero es así, Extremadura es cuna de grandes conquistadores, Pizarro, Orellana, Hernán Cortés, aun queda esa magia en el aire, caballeros y damiselas, espadas y fustas, magia que han sabido aprovechar los de HBO para pegarse mes y medio rodando por aquí entre iglesias, calzadas empedradas y casas palacio que con el paso de los años han perdido a sus dueños y se han convertido, mas por necesidad que otra cosa, en dependencias administrativas, bares, restaurantes o alojamientos. por eso esta tan tranquilo. Aquí no vive nadie,  aquí da gusto pasear, cientos de rincones para descubrir y admirar. El casco antiguo de la capital es uno de los conjuntos monumentales de la Edad Media y el Renacimiento mejor conservados de toda Europa.

 Hacemos un alto para refrescar nuestras resecas gargantas y disfrutar sentados en la terraza de la tapería con la iglesia sanjuanista como paisaje incomparable de fondo. Esta es una plaza elegante, de turismo fino, con hoteles, tabernas, taperías y terrazas bien bonitas. El hotel NH, división de lujo, ocupa en un lateral de la plazuela, el palacio de Rodrigo Ovando, hijo del conquistador de la Española.

Ha sido, esta siendo un día espectacular. Ya nos lo dijo nuestra amiga Paquita, caballa de adopción aunque cacereña de nacimiento. Nos ayudó a programar este intinere que ha sido excepcional.  Cáceres me ha gustado, mucho, muchísimo. Una gran ciudad que sin duda se merece su ilustre apellido otorgado por la UNESCO

martes, 1 de agosto de 2017

Romana Mérida- dia 2

Amaneciendo el día, me despierto en una celda conventual de gruesos muros y ventana estrecha que deja entrever la tranquila plazuela que une la calle de San Francisco con la Louis Braille, situadas ante el hotel. Llena de energía en esta radiante mañana que nos regala el precoz verano, busco a mis compañeros de ruta que hace rato rondan por los alrededores del parador, averiguando lugar para desayunar. A unos pasos, en dirección al mercado central, nos acomodamos en una terraza vespertina para tomar un café con algo mas que leche: un buen bollo con jamón extremeño y tomate que no se lo salta ninguno.
Hoy vamos a visitar lo imprescindible de Mérida, su teatro y anfiteatro, daremos un paseo en el tren turístico y nos asomaremos a su interesante museo nacional de arte romano. Muchas cosas y poco tiempo, como siempre.
 Dejamos equipaje preparado ya en coches, nos permiten utilizar el garaje hasta la hora que partamos, con lo cual nos vamos tranquilos a explorar la ciudad romana.
Lo primero es lo primero y con el calor que hará, conviene aligerar a primeras horas de la mañana las vistas exteriores.


"Yo, Dion Graco, cronista del grandioso emperador AUGUSTO, me dispongo a narraros el nacimiento de mi grandiosa y pequeña ROMA en la península de la Hispania “ AUGUSTA EMERITA”.
Corría el año 25 a.e.c., mi Emperador, Octavio Augusto encomendó a  Publio Casirio, gobernador de la Lusitania la fundación de la ciudad AUGUSTA EMERITA, como premio a los eméritos (Militares veteranos, de ahí su nombre en honor a su fundador y a sus primeros habitantes) legionarios de la V Alaudae y la X Gemina, tras las guerras acaecidas con los pueblos del norte peninsular. Los Cántabros y Los Astures, últimos focos de resistencia en la romanización  de la Hispania.
Gracias a los sabios consejos de los sacerdotes mi “amada y pequeña ROMA” nació a la orilla norte del río Anas (Guadiana) en un vadeo entre los puentes del Anas y Barraeca (Albarregas), en el cruce estratégico de caminos por donde discurría la Ruta de la Plata."

Son a penas las 10 de la mañana y el calor aprieta con ganas, adivino una jornada calurosa y extenuante.
Nos dirigimos a sacar las entradas para acceder al anfiteatro y al teatro que están construidos intramuros de la ciudad romana, sobre una colina elevada, el cerro de San Albín, para así poder aprovechar su pendiente natural en apoyar parte de las gradas.
Hay que entender la importancia que tenían en el mundo romano los espectáculos para comprender la magnitud de los edificios dedicados a estos y el dinero que se empleaba en entretener al pueblo. De todos los espectáculos, las carreras de carros y la lucha de gladiadores eran las preferidas del público, por eso son estos recintos los que mas aforo contaban y los que continuaron funcionando durante mas tiempo, a pesar de la censura del cristianismo romano y de la perdida de tradiciones. Según las cuentas, uno de cada dos romanos acudia al circo, uno de cada tres al anfiteatro y uno de cada seis al teatro.
La primera visita es el espectacular anfiteatro, inaugurado en el año 8 a. C., abandonado a finales del s.IV d. C. y comenzado a excavar en el s. XIX. Con capacidad para unos 15.000 espectadores, estaba destinado a la lucha ya fuera entre gladiadores, entre animales o entre gladiadores y fieras(venatio).
Su forma elíptica, aprovecha parte del cerro para descansar las gradas sobre la pendiente natural.
Una calzada rodea en forma ascendente el edificio y une las 16 puertas de acceso al recinto de las cuales tres son puertas monumentales, Norte, Sur y Este que comunican el exterior con la arena.
El portón principal, el mas imponente, nos presenta una escalera de madera habilitada para el público, salva la escala original por donde entraba el desfile que precedía al comienzo del espectáculo.
Las gradas se dividen en tres tramos o caveas, ima, media y summa, esta ultima, la superior, desaparecida, pues fue la que quedó sin enterrar y sus materiales se aprovecharon como cantera para otras construcciones a lo largo de los siglos.
En la ima cavea, enfrentadas en el eje corto, se pueden distinguir las tribunas, una para uso de autoridades y otra para uso de la persona que costeaba los juegos, aquí se aprecian inscripciones que hablan de la inauguración del anfiteatro en el año 8 a.C. posterior a la del teatro.
En el centro de la arena vemos excavado un foso llamado bestiario donde debían encerrar a las fieras hasta el momento de sacarlas para el combate.





Mi imaginación me transporta veinte siglos atrás y sentada en la media cavea oigo las voces de miles de personas que abarrotan el lugar, se mezclan con la música que anuncia la entrada de los gladiadores por la "porta triumphalis", los veo descender la escala hasta la arena, cuerpos brillantes, fuertes, enormes, musculosos, armados hasta los dientes unos, otros con un simple tridente y una red, alguno con armadura de cuero, casco y su gladio al cinto... mientras, otros en las habitaciones que rodean el foso, encomiendan su alma a Némesis, la diosa que les ayudará en la lucha;- " A Némesis para que salga con los mismos pies con los que he entrado"- reza una inscripción latina en una de estas estancias.



En el palco de mi derecha, el legado Publio Casirio se dispone a disfrutar de una tarde de diversión garantizada, toros, venados, tigres, osos, leones, jabalís y hombres preparados para jugarse la vida.....casi huelo la sangre que se va a derramar y empapará la arena.

En la summa cavea esclavos, mujeres y gente humilde se apiñan para una velada entretenida. Los espectáculos son gratuitos, corren por cuenta de algún político, a veces el mismo emperador o un ciudadano adinerado con ganas de aumentar su popularidad. Este es el que decide la vida o la muerte:
"¡IUGULA!: "degüéllalo" era el grito que hacían los espectadores cuando querían que el gladiador abatido muriera.
¡MITTE!: "Suéltalo"  era el contrario, cuando el gladiador abatido había luchado dignamente y con valor, se gritaba este término al tiempo que se colocaba el puño cerrado con el pulgar alzado."

Por la puerta del oeste, una pequeña calzada da acceso al teatro, construido antes que el anfiteatro, sobre el año 16 a.C. con el fin de dotar a la capital lusitana de infraestructuras que la hicieran digna de una gran ciudad romana. Sus materiales son mejores que los del anfiteatro, de hecho, se encuentra bastante mejor conservado y actualmente en uso. Las gradas, al igual que el anterior, se apoyan en la falda de la colina aunque el aforo de este es para 6.000 almas. No eran los romanos muy de teatro, en realidad preferían el mimo y otras tramas mas divertidas a las obras griegas, las mas habituales.

Entre gradas y escena, la orchestra, con losas blancas y grises, pertenecientes a una remodelación posterior, al igual que la ima cavea, donde se sentaban los nobles, impecable. A pesar de todo esto, nada mas acercarnos a el, la vista se va sin querer es al magnífico frente escénico. Sillares que estaban cubiertos de mármol rojizo, cuyos restos así lo atestiguan, soportando dos pisos de columnas corintias rematadas con friso y cornisas ricamente adornadas que alcanzan los 30 metros de altura.

Un muro de mármol remata esta escena a la que se accede por tres puertas, una central y dos laterales por donde entran los actores. Entre las columnas, estatuas de dioses y emperadores completan la decoración de tan augusto escenario.

 Tras la escena, florece un jardín con columnas y una zona porticada, aquí se encontrarían las habitaciones de uso para los actores, también un pozo, las letrinas en un lateral y los restos de una casa que debía estar dedicada al culto imperial.

Por supuesto, tiramos fotos a diestro y siniestro en tan magnifico lugar, incluso hicimos alguna prueba de sonido a ver si en la ultima grada se escuchaba la voz de los que pisaban la escena, que por cierto, no, hay que disponer de buenos pulmones para ser actor.
A la salida del recinto, mientras esperábamos para subirnos al tren turístico y como viene siendo habitual, además de agua, mucha agua, compré un par de láminas del teatro, preciosas, que aun no he colgado en la pared viajera.
 Llegó la hora de pasear sentados mientras nos contaban lo que íbamos viendo. Desde la última vagoneta, donde cabíamos seis y nos apretujábamos ocho porque el señor del tren no nos dejó ocupar la vagoneta anterior, disfrutamos de un recorrido de unos 25 minutos por los monumentos mas emblemáticos de la ciudad. Partiendo del teatro romano pudimos disfrutar del circo romano, el acueducto de los Milagros, la basílica de santa Eulalia, la Alcazaba o el puente romano cómodamente sentados a la sombrita.

 Con tanto andar y disfrutar, ya llegaba la hora de reponer fuerzas, primero fue una cervecita junto al templo de Diana con foto a la luz del día junto al monumento,

aunque el lugar elegido recomendado por tripavisor y algún emeritense para el almuerzo, fue el restaurante de Nico Jiménez, muy cercano al museo de arte romano, visita que teníamos pendiente antes de meternos en carretera hacia Cáceres.


Puedo decir que además de servir un excelente embutido extremeño, nos comimos la mejor presa que hayamos probado nunca, excepto quizás la de casa Vicente en Aracena que estaba igual de rica.

Nos quedaba por visitar el museo nacional de arte romano MNAR, del que la verdad no esperaba mucho, tampoco había leído demasiado sobre el. Solo puedo decir que es IMPRESIONANTE.
Impresionante el edificio, supera con creces los mejores edificios europeos construidos con el mismo fin, tres plantas visualmente comunicadas, divididas cada una de ellas en diez salas mas la cripta, en un sencillo ladrillo visto y con iluminación natural. Impresionante el contenido, la riqueza de las esculturas originales del teatro, circo, anfiteatro, foros, las metopas y frisos de las casas y edificios romanos, los  de los suelos que aquí incluso embellecen muros, joyas, utensilios, juguetes, lápidas, es único. Impresionante el sótano que alberga restos de algunas casas romanas de un barrio quizás extramuros, paredes de viviendas con sus ricas y ornamentadas decoraciones pintadas, mosaicos, columnas.... impresionante. Y lo mejor, al ser sábado por la tarde era gratis. Impresionante.
 Aquí está su web por si queréis echar un vistazo:

http://www.mecd.gob.es/mnromano/la-visita/recorrido-sugerido.html

Llega el momento de volver al parador, recoger bártulos y vehículos y abandonar esta romana capital a la que volveremos en nuestro viaje de regreso. Nos dirigimos por la via de la Plata hacia Cáceres, el hotel boutique Don Fernando nos espera en la Plaza Mayor, ocupada a nuestra llegada en la celebración de un triatlón que tiene colapsado todo el casco antiguo.
Tras el registro y reparto de habitaciones, marchamos en salida expedicionaria haciendo maravillas para cruzar el tinglado que tienen los deportistas y políticos aquí montado. Entramos por el Arco de la Estrella  a la ciudad monumental y caminamos por las calles empedradas ascendiendo hacia la plaza de Santa María, mientras los auxiliares de la carrera nos indican cuando pasar por las estrechas calles.

 si en Mérida hacia calor, lo de Cáceres son unos cuantos grados mas. El aire es caliente y a pesar de ser mas de las nueve de la noche esto no refresca. Un paseo por la ciudad iluminada y una sentadita a tomar algo fresquito en la plaza. Los valientes se quedan disfrutando de las copas nocturnas, mientras servidora se retira a su magnifica habitación con balcones a la plaza para disfrutar del aire acondicionado junto a la almohada de plumas. Mañana seguro que habrá más y mejor o por lo menos igual.