lunes, 29 de mayo de 2017

una de Chipre con postre griego



Entre Oriente y Occidente, entre el Norte y el Sur, en la encrucijada de rutas y culturas quizás más crítica de todos los tiempos se encuentra el punto donde convergieron grandes civilizaciones, destino de estos peregrinos agustinos en su octava peregrinación. La isla que da nombre al cobre, Cuprum, y cuyo nombre deriva del ciprés, Chipre, ha resultado ser un país apacible, sereno, con más de 10.000 años de historia a cuestas, maravillosos restos arqueológicos, un clima excepcional y una luz mediterránea inmejorable. Lleno de leyendas y tradiciones, de gente amable que hablan en griego y conducen al revés, herederos de fenicios, egipcios, griegos, romanos, sirios, persas, bizantinos, otomanos, venecianos, ingleses..., lugar donde San Pablo y San Bernabé predicaron la doctrina de Jesús entre judíos y gentiles. Allí nos dirigimos este grupo heterogéneo estrenando el mes de abril. 
Los días pasados en Chipre han estado repletos de jornadas primaverales de sol, de vistas preciosas, de tranquilidad en compañía de amigos de siempre, disfrutando de conversaciones, risas, experiencias, lugares, visitas.... Estas peregrinaciones son, de verdad, un auténtico regalo que la vida nos hace cada año, viajes en busca de las raíces de nuestras creencias, la curiosidad innata del ser humano que nos lleva a escarbar en los orígenes de la fe por rutas ancestrales sostenidas entre los pilares de la tradición. Son caminos míticos que cambian la vida, que te hacen templar la mente y el alma.
La isla milenaria nos ha acogido y acunado entre sus cristalinas aguas verdeazuladas, allí donde dicen que nació Afrodita, reclamo turístico por excelencia de la isla, en la preciosa Kyrenia o en la bahía de Morphou donde visitamos a San Mamés. Nos ha mostrado su espectacular patrimonio cultural en los yacimientos arqueológicos de las villas romanas de Paphos y Salamina, puerto de llegada del apóstol de las Naciones, o en la iglesia Angeloktisti, construida por los mismos ángeles.  Nos ha maravillado con su vegetación mediterránea de cipreses, olivos y pinos centenarios que perfuman el ambiente de los aun nevados montes Troodos donde extraviaron el camino dos compañeros de viaje, San Pablo y San Bernabé y ahora se esconden pequeñas iglesias ortodoxas de soberbios murales pintados y secretos monasterios cuajados de relumbrantes iconos dorados a la luz de las velas. Nos ha emocionado en la basílica del pilar de San Pablo, también en el monasterio de San Bernabé, mausoleo del santo y en Lárnaca donde visitamos la singular iglesia ortodoxa de San Lázaro, el bíblico, resucitado por Jesús y refugiado en estas tierras. Embelesados nos quedamos ante la misteriosa y romántica delicadeza de la abadía de Bellapais refugio de monjes retornados de Jerusalén o en la fortificada Famagusta, la de las imbatibles murallas, abatidas por otomanos, pero de imborrable huella cristiana, 365 iglesias venidas a menos lo atestiguan. Chipre también nos ha indignado por esa línea verde que la atraviesa sin compasión dejando en zona de nadie lugares de todos, incluida su capital, a pesar de lo cual sus gentes son amables, sonrientes, de mirar la vida flemático y pausado.
País donde el mestizaje entre Oriente y Occidente es tan antiguo como milenios de cultura le pasan por encima, donde los salmos de los popes ortodoxos se solapan con la llamada al rezo de la mezquita y las campanas que tañen a gloria. El que nos ha sorprendido con su riqueza histórica y patrimonial, con su gastronomía puramente mediterránea, ofreciéndonos el mezze plato estrella a base de entremeses irresistibles donde no puede faltar la colorida ensalada con queso feta ni el halloumi, la mousaka, el pescadito frito o la crema de yogurt y pepino de la que por fin aprendí el nombre, tzatziki.
La última parada y fin de fiesta fueron Corinto y Atenas, visita al canal, baño de Helenismo entre ruinas griegas, Plaka y nos quedamos con ganas de más. Hay que repetir.
Nunca olvidaré la entrañable celebración que los padres Agustinos nos regalaron en la ciudad antigua de Corinto, debajo de un árbol, sobre una piedra milenaria, un mantel de liturgia níveo en respeto a la mesa a la que estuvimos invitados. Nos encontrábamos en un legendario entorno donde San Pablo había vivido y predicado, la sensibilidad a flor de piel, inolvidable el padre Bonifacio en su homilía.

Gracias a los cinco por vuestra amistad, sencillez y humildad porque nos recordasteis lo que somos y que empuja nuestra vida.
VIDA con mayúscula, con V de ver, de vivir y de viajar, y  de bienestar y bondad aunque se escriban con B pero su sonido es igual. Con una I como un castillo de ilusión, de impulso y y de innovar o renovar, porque con cada viaje vuelves nuevo, renuevas creencias, el espíritu y la mente e innovas, ¿quién no aprende viajando? Con D de dar, de disfrutar cada a y de descubrir. Y con A. ¿Qué letra hay más importante que la A? La primera que nos enseñan, la a de amigos, de amor, de ayudar y de andar, hacia adelante.

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