Nació como casi todas las ideas, espontánea y humilde, en una sobremesa de sábado. Andábamos los contertulios, entre los que se encontraban un par de curas de los Agustinos, charlando de comuniones e Iglesias, cuando alguien preguntó qué le quedaba a San Francisco para acabar obras. Se prendió la luz. ¿Qué tal una gala benéfica para las campanas y los bancos? A penas un segundo más tarde, la idea se transformó en una ola gigantesca que nos arrastró a todos los que allí estábamos, fuimos abocados a un “brainstorming” envidia de los de la General Motors, eso eran neuronas funcionando. Impresionante.
Hoy estamos con una cena benéfica entre manos, de la que cada vez que hablo a alguien para pedirle colaboración, la respuesta es “lo que quieras”.
¿Lo que yo quiera? ¿Cómo es esto?
¿De verdad que vas a participar con tu trabajo o dando un donativo o viniendo a la fiesta?
Discurre mi cabeza pensando en tanta buena voluntad y creo que sí, es real, pero también creo que es una contestación instintiva, está ligada a nuestro cerebro más profundo, el reptiliano, el que se forma cuando aún estamos con el chupete. Yo, como seguramente tu, hemos pasado infinidad de veces por delante de la puerta de la iglesia. La primera vez puede que en coche de capota conducido por una orgullosa mamá; ese día, el campanario de San Francisco se quedó grabado en nuestras aún inmaduras retinas. También puede ser que hicieras la comunión allí, como yo, o fueras al cole de los Agustinos o que te pasaras las horas muertas de la adolescencia retrepado en las verjas del patio de la iglesia. O probablemente pertenezcas a los que entran a rezar a menudo, o de vez en cuando.
Si te dijeran que esa iglesia, tu iglesia de toda la vida, la que forma parte de tus genes, necesita unas horas de tu tiempo ¿Acudirías? ¿Colaborarías? ¿Participarías?
Ya está casi restaurada, nuestro consistorio se ha ocupado de esto. Tejas nuevas para su tejado, refuerzo de cimientos y estructuras, pintura para los muros…. Los arquitectos y constructores la han convertido en el templo del que disfrutarán generaciones venideras. Ahora nos toca a nosotros. Es nuestro turno.
Faltan los bancos y las campanas. Vamos a trabajar por ellos. Por un sonido que nos llegará a través de los siglos allá donde nos encontremos, y nos recordarán que su música fue compuesta nota a nota por nuestro esfuerzo, en otro momento, otro lugar.
Señalad el 16 de junio en el calendario con un gran círculo rojo. Esa tarde las puertas del colegio San Agustín se abrirán para recibir a sus más ilustres visitantes: los benefactores de los bancos y las campanas de San Francisco. Preparad vuestras mejores galas porque esa noche tenemos que entregar la excelencia de nuestro ser, disfrutaremos la mejor compañía que se pueda encontrar y nuestros anfitriones lo agradecerán como solo ellos saben hacerlo, encargándole a los ángeles que nos guarden de mal, por los siglos de los siglos.
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