No quiero lágrimas, quiero sonrisas aunque sean nostálgicas y llenas de ternura y cariño, mucho.
Aquí va:
Señor Dios, Jesús: gracias, gracias por regalarnos tu vida y sobre todo, gracias Dios Padre, por enseñarnos a confiar en ti y a creer en la Resurrección de tu Hijo.
Hoy, aunque apenada, estoy tranquila y se que volveré a encontrarle, en la segunda estrella a la izquierda, allá arriba, en el cielo.
Se que esto no es el final, es un hasta luego largo.
Sé, Señor, que ese amor que tú nos tienes y que se reflejó tan a menudo en mi familia, es a lo que hoy nos agarramos con ganas, con la esperanza y la seguridad del hombre que carece de todo y sin embargo es millonario en felicidad.
Gracias papá por tu ejemplo para educarnos, por tu esfuerzo para que estudiáramos, por tu trabajo para que no nos faltara de nada. Por todo.
Gracias porque a pesar de las diferencias irremediables entre hermanos, tenemos la suficiente herencia heredada de nuestros progenitores para buscar herramientas y salvarlas.
Esos cajones del armario llenos de tornillos y piececitas que solo tú sabías para que servían recuerdan tu carácter, son tu, tu manera de buscarle solución a las cosas, es un enorme regalo para la reflexión y la imaginación.
Tu escritorio con fotos en sepia del abuelo Natalio, de la tía Rosita, de mama, nosotros de chicos, la primera nevera, la vespa....
El niño en la guerra, joven en la posguerra que a pesar del hambre y la necesidad, sabía reír y hacer reír, fue feliz. Encontró el camino, llegó a estudiar en una sociedad limitada que luchaba por levantar un país achicharrado y se formó. Sin duda, aquella fue una generación de valientes.
La ropa espera aún colgada, tus corbatas, tu olor a limpio, siempre elegante, un figurín.
Gracias Señor por mis tíos, primos, sobrinos....esa enorme familia que nuestros abuelos dieron a luz y que gracias, (otra vez) a las nuevas tecnologías y ¡que puñetas! a que nos queremos un montón, sigue unida y compacta.
Y por último, gracias Señor, por el tiempo que todos y cada uno de nosotros hemos podido compartir con los que ya se fueron y están contigo.
Gracias, no lo digo más.
Nos vemos en el cielo.
Para papá y para todos aquellos que alguna vez le sustituyeron y me cuidaron llevándome de su mano, empezando por mi padrino, el tío Enrique y el abuelo Agustín y todos los demás tíos: Eloy, Manolo, Pepe, Juan Jose, Carlos, Juan y Pepito.