jueves, 16 de febrero de 2017

1, 2, 3.... a Huelva volvimos otra vez

De vez en cuando viene muy, pero que muy bien darse una vueltecita por tierras hispánicas con homenaje gastronómico incluido. Como en España no se come en ningún sitio. Esto es una verdad como un templo.
La semana de octubre del 17 al 23 fue la mar de entretenida: lunes, martes y miércoles visité junto a mis compañeros de profesión la antigua Iruña,  capital del reino de Navarra; el miércoles 19 llegué a Ceuta faltando hora y media para cambiar de fecha y tuvimos una improvisada pero emocionante y entrañable ceremonia, mis bodas de plata, en San Francisco y el viernes volvimos a cruzar el Estrecho, esta vez con un grupo de amiguetes destino Huelva.

Dicen que esta capital es de las más feas de España y yo digo que eso es una opinión, todo depende de como te lo enseñen y del cariño que le pongan. Huelva de fea no tiene na de na. Lo que tiene es una naturaleza exótica, exuberante y maravillosa. De la sierra a sus playas, pasando por las rías y por Doñana.
El fin de semana estuvo programado en todo excepto en la climatología, poco llueve en Huelva y todos los litros anuales cayeron en esos dos días.
Durante todo el camino de ida las nubes estuvieron conteniendo el agua y nada más  llegar a destino y soltar maletas, empezó la anunciada lluvia que nos acompañó todo el fin de semana. Aunque fuimos espabilados y visitamos el monasterio de la Rabita y el muelle de las calaveras antes del reventón.
Esa noche dimos un mojado paseito por la capital conociendo la plaza de las Monjas, la plaza de la Merced, la casa de la bola, la catedral, ....y acabamos dirigiendo nuestros pasos hacia Azabache un afamado restaurante donde nos habíamos citado con nuestro vicario favorito D. Emilio Rodríguez Claudio a quien nos tropezamos dirigiéndose hacia la cita por esas arregladas y peatonales calles onubenses. Merece la pena probar la carta de Azabache, cuentan con buenas especialidades, aunque las gambas blancas de Huelva de las que presumen y cobran bien son de Marruecos. Cenamos muy bien, demasiado, lo que pasa es que cuando estas en buena compañía todo parece bien y sabe a poco. Tras el postre, copa y a cubierto que el sábado subíamos a la sierra. Pillamos hotel en pleno centro, el Tartessos con una excelente ubicación y bastante bien en calidad/ precio.
El sábado amaneció lloviendo aunque no fue suficiente motivo para acobardarnos y dejar nuestra subida a la serranía de los jamones. La primera parada fue en el mirador de las minas de Rio Tinto, todo un espectáculo de colores amarillos y rojizos animados por la niebla y el viento que soplaba con cierta mala uva.
Continuamos ruta rumbo a Aracena, uno de los principales pueblos de la comarca, magnifica la plaza donde esta el edificio del casino y la plazoleta de los lavaderos. Allí se encuentra el museo del jamón, una visita al menos, curiosa por lo que se aprende de las distintas razas de cochinos y denominaciones de origen. Otra visita muy interesante fue la de las cuevas que hay debajo del castillo. Tuvimos que sacar las entradas a primera hora, cuando llegamos, para visitarlas después de comer. Es un reclamo magnifico del pueblo para los turistas junto con el castillo y el jamón. Son pequeñas, no tan grandes como Nerja o el Drag pero tienen un encanto inigualable. Hay bastantes salas con formaciones muy curiosas, la Madre naturaleza y sus caprichos. Al rato de estar allí noté que estaba empapada enterita, entre la humedad enorme y el agua de la lluvia que se filtraba por todas partes aquello era un baño turco. El castillo no pudimos visitarlo pues la lluvia que no cesaba hacia peligrosa la subida por esas calles tan empedradas y pendientes.
La comida fue en casa José Vicente, recomendada por el padre Emilio y otros choqueros  como mi compañera Fátima, enamorada de su tierra. Allí nos ofrecieron como entremés un hígado al horno exquisito, y desde luego, el mejor secreto que he comido jamás.
De regreso a la costa, dejamos nuestra impronta en Jabugo, un pata negra denominación de origen, presa ibérica y un queso de la zona para abastecer nuestras despensas.
El domingo amaneció con cielo panza de burra pero ya sin lluvia, aprovechamos para conocer el muelle del Rio Tinto y las magnificas vistas que ofrece la visita de las rias del Odiel y del Tinto. Este muelle que estuvo en uso hasta la década de los 70 se utilizaba para traer hasta la costa y embarcar el material extraído en las minas de la sierra.
Y recogiendo que hay que madrugar el lunes, visitamos el Rocío.  A pesar de lo embarrado del piso, el lodo y barro de las marismas y de la incomoda lluvia, siempre será una visita esperada.
La Virgen estaba en la ermita custodiada por la hermandad de guardia, nosotros fuimos acogidos en la casa de Moguer por su hermano mayor y otros afiliados,buenos amigos todos de nuestro fray Emilio. Allí estuvimos refugiados del agua, compartiendo queso, jamón y fino y charlando sobre las bondades de la provincia y costumbres, esperando que acabara la misa para ir a saludar a la virgen antes de retomar ruta para almorzar en el Pastorcillo, camino de Almonte,  donde nos sorprendieron con un delicioso arroz con pato y las alcachofas, especialidad de la casa. Me traje una medalla de plata y nácar, única compra en todo el viaje. Increíble.
En fin, un magnífico fin de semana entre amigos que pasó como un suspiro y que esperemos que pronto se repita.

Dejo las fotos en este enlace: https://goo.gl/photos/5M5c82iQPd9Ym9C29